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404 IGNACIO JERICÓ BERMEJO limitada a denunciar como falsedad que Gregorio de Rímini, autor agustino del siglo xiv, expusiera la doctrina defendida en el siglo xvi por Martín Lutero. Asimismo, Pedro de Aragón insiste en demostrar cómo la exposición del de Rímini coincide con la del obispo de Hipona. Gozará entonces de probabilidad en la teología católica la sentencia de Gregorio de Rímini. Además, no afecta a la misma nin­ guno de los cánones condenatorios del concilio de Trento. También se extiende Aragón en mostrar cómo la doctrina expuesta por el de Rímini no coincide con la de Martín Lutero ya que, en modo algu­ no, admite que el hombre ayudado por la gracia sea capaz de mere­ cer realmente y realice obras buenas de verdad. Ambos agustinos reconocen con gran sinceridad cómo queda abierta una cuestión en la teología católica del siglo xvi en este punto concreto. Se forman dos bandos a la hora de dar respuesta a si las obras realizadas por el hombre sin el auxilio divino o desde la infidelidad son siempre pecado. A un lado está Gregorio de Rími­ ni y al otro santo Tomás de Aquino. Si el agustino las considera pecado, el dominico las juzga moralmente buenas. Fray Luis y fray Pedro se limitan a exponer las razones de una y otra opinión. Se decantan decididamente a favor de la sentencia de santo Tomás. Pero se echa en falta en ambos un desarrollo mayor de esta proble­ mática ¿A qué se debe esta ausencia? Conviene recordar aquí cómo la grandeza de la Escuela de Salamanca se fundamentó siempre en la fidelidad de los teólogos al espíritu marcado por Vitoria. Éste enseñó a no perder el tiempo en cuestiones de corriente o de ten­ dencia: tomista, escotista o nominalista. El declive d e la Escuela d e S a lam an c a com en z ó a d a rse a fin a le s d el siglo xvi, p recisam en te cu an d o se qu iso im pon er com o d octrina común la d e fen d id a p o r los tomistas sobre la gracia. Vistas así las cosas, cabe imaginar que, tanto Luis de León como Pedro de Aragón, se mantuvieron adrede en el nivel de los teólo­ gos de la Escuela de Salamanca. Adentrarse en exceso por la doctri­ na de la gracia implica meterse por las corrientes de la teología. En el siglo xvi se pretende ofrecer a los alumnos doctrina común. Se busca solidez y universalidad. No se pierde el tiempo en cuestiones de probabilidad o improbabilidad. De todas formas, no puede negarse que, dentro de este trabajo, queda un problema por resol­ ver. Se trata de saber si pertenece de verdad a la doctrina común de

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