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U1RUM OMN1S ACTIO INFIDEUS SIT PECCATUM.. 403 de la Suma del Aquinate constituye un progreso real respecto a la expuesto en los libros de san Agustín. Santo Tomás no añadió sus­ tancia nueva a lo expuesto por el de Hipona. El Doctor Angélico hizo el genial trabajo de traducir para su siglo con autenticidad y rigor lo que hubiera dicho san Agustín, si hubiera vivido en sus mismas circunstancias. Todo siglo tiene su propio entorno. En el siglo xvi chocan dos concepciones contrapuestas. A un lado está el optimismo en la huma­ nidad. Los hombres se sienten orgullosos de sus fuerzas. Al otro lado se halla el luteranismo. Éste reivindica la fuerza y potencia divinas. Era claro que santo Tomás era el teólogo más adecuado para inte­ grar ambas tendencias en el desarrollo de la teología. De ello resul­ tarían nuevos matices y expresiones que no podían haber sido desa­ rrollados con anterioridad a causa de no existir aliciente que les hiciera salir a la luz. Dentro de la Escuela de Salamanca se pensó en seguir las indicaciones de la Suma Teológica de santo Tomás. Es cierto que el Aquinate hablaba siempre con brevedad sobre los asuntos todos. Es verdad también que su enseñanza era la más ade­ cuada, sobre todo para los tiempos que corrían. Pero era preciso que se desarrollaran las grandes ideas que él había enunciado. Nunca deben los teólogos limitarse a la mera repetición. Santo Tomás defiende la bondad de las realidades terrenas. A pesar de ser afectada por el pecado original, no fue destruida la naturaleza humana. Quedó gravemente herida. Pero santo Tomás no se olvida de enseñar también que la bondad natural de orden moral no es salvadora, si a la misma no accede además la fuerza sobrenatural de la gracia. El Aquinate llama continuamente a tener en cuenta la debilidad de la naturaleza humana tras la caída en el pecado original. ¿Dejaron los teólogos del siglo xvi, en concreto los de la Escuela de Salamanca, una exposición más desarrollada toda­ vía que la expuesta por santo Tomás en el siglo xm? La oposición entre los que se enorgullecían de los valores humanos y los que reclamaban el valor absoluto de la omnipotencia divina, ¿dio frutos acaso en una exposición análoga a la realizada por el Aquinate en plena Edad Media? Desgraciadamente, esto no ocurrió en el siglo xvi. Si se exami­ na la materia de este trabajo sobre las exposiciones de Luis de León y Pedro de Aragón, se advierte rápidamente que la misma queda

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