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402 IGNACIO JERICÓ BERMEJO de Vega sostienen que semejantes testimonios han de entenderse únicamente del bien que lleva al merecimiento. Se habla entonces de lo que se llama bueno sin más 126. CONCLUSIÓN Dentro de la teología católica han sido consideradas siempre las enseñanzas de san Agustín doctrina segura. De todas formas, es cier­ to también que el de Hipona no se expresó siempre con total clari­ dad 127. Tampoco expuso en todo momento expresa y detalladamen­ te las cuestiones todas posibles. Como hombre, fue deudor de su concreta circunstancia. Se vio obligado a hablar y escribir desde determinadas inquietudes surgidas en su entorno vital. Las exposi­ ciones teológicas de la Escuela de Salamanca no toman como maes­ tro directo a san Agustín de Hipona sino a santo Tomás de Aquino. Este detalle en nada impide a los salmantinos estar convencidos de que no media discrepancia entre lo enseñado por el de Hipona y por el de Aquino. Ambos son doctores comunes en la doctrina cató­ lica. Uno y otro afirman lo mismo a pesar de las apariencias. También escribió santo Tomás como hijo de su tiempo. El si­ glo xm fue un siglo equilibrado de verdad. San Agustín tuvo ante sí el peligro del pelagianismo. Se pretendía inutilizar del todo la gracia. Era lógico que el de Hipona tratara de reflejar en sus escri­ tos la importancia decisiva de la acción sobrenatural y no se preo­ cupara por hablar de los valores correspondientes a la naturaleza, a pesar de haber caído el hombre en pecado. Santo Tomás pudo afrontar este problema con sosiego y tranquilidad. De sus escritos salta a la vista el valor concedido a lo natural, así como la impor­ tancia decisiva que corresponde a lo sobrenatural. La exposición 126 Cf. nota 65. 127 «San Agustín, que siempre quería decir cosas profundas, luchaba a brazo partido con la expresión. A un amigo le confesaba: Casi siempre estoy descontento de mi manera de expresarme. Ni san Ambrosio ni san Juan Crisóstomo hubieran dicho jamás semejante cosa. Pero san Agustín los supera a todos en profundidad especulativa. Muchas de sus formulaciones fueron en lo sucesivo adoptadas por la Iglesia en sus definiciones sobre artículos de fe». L. H e r t l in g , Historia de la Iglesia (Barcelona 1981) 110.

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