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UTRUM OMNIS ACTIO INFIDELIS SIT PECCATUM. 401 a pensar convenientemente sobre la salvación del alma cuando oyó la voz de Dios que deambulaba en el Paraiso. Se escondieron él y su mujer (Gén 3, 8). Es más adelante (Gén 3, 10) cuando Adán dice ante Dios haber tenido miedo al oír su voz. Lo primero en ocurrir fue consiguientemente que, al resonar la voz divina en sus oídos, comenzaron Adán y Eva a temer, llenándose de santo temor. Éste es el primer grado de la justicia. El inicio de la misma es el temor de Dios 122. Se comprende entonces por qué el mayor bien realiza­ ble por parte del pecador situado fuera de la gracia con su ingenio y con sus fuerzas, sea sobre los bienes pertenecientes a la vida pre­ sente: salud y conservación. San Agustín habla en este sentido de bienes de la naturaleza y, como tales, cita: edificar casas, cultivar campos y vivir con los amigos en suavidad y concordia. Pese a todo, no puede el hombre pensar algo sobre la salvación del alma si no resulta estimulado interiormente por la voz de Dios. Hay cons­ tancia por tanto de que, si no cuenta con especial auxilio divino, el hombre no puede realizar obra alguna que le disponga mediata o inmediatamente a la vida eterna. Se trata de algo que parece haber sido definido además en el concilio de Orange II, cuyo canon 7 establece que, si alguien afirma que por la fuerza de la naturaleza se puede hacer algún bien pertinente a la salud de la vida eterna sin iluminación e inspiración del Espíritu Santo, está siendo enga­ ñado de espíritu herético 123. Debe decirse entonces que, pese a ser raro e infrecuente, el hombre puede hacer el bien sin auxilio especial. Es capaz por tanto de obrar moralmente bien 124. Todos los testimonios aportados sobre la imposibilidad de realizar bien alguno, cuando no se está en gra­ cia de Dios, deben entenderse en relación al mérito, el cual no puede alcanzarse sin auxilio especial. Además, según enseñanza del Rofense contra Lutero, es costumbre de la Sagrada Escritura calificar de nada en referencia a lo que no tiene mérito en orden a la vida eterna. Esta forma de hablar la utiliza en concreto san Pablo en la primera a los Corintios (7, 19 y 13, 2) 125. Domingo de Soto y Andrés 122 Cf. nota 59. 123 Cf. nota 60. 124 Cf. nota 63. 125 Cf. nota 64.

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