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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 97 sobre el PO, es más bien unilateral, sesgada. Supone una visión hamartiocéntrica de la necesidad de la redención y de la gracia. Pero en la actual historia humana lo primero es la Gracia, el peca do es un advenedizo. — Operan desde una visión estática, inmovilista, fijista de la situación del hombre en el cosmos y en la historia. Sería anacrónico buscar allí —en aquella época y en aquellos hombres— la visión evolutiva, procesual, dinámica del ser y de la historia que, para nosotros, es la única aceptable. Firme lo dicho, no vemos razonable hablar de «error», equivoca ción en el comentado texto tridentino. Este no delata ningún «error», sino una «limitación» en el conocimiento, por parte de Trento, de la insondable grandeza del misterio de Cristo. Grandeza que siempre conocerá con numerosas «limitaciones» en la Iglesia del siglo xvi y la del siglo xxi. En lenguaje paladino podríamos decir: cuando el conci lio de Trento propone la doctrina del PO para afianzar la fe en la necesidad de la gracia de Cristo, muestra una explicable y hasta, his tóricamente, inevitable limitación en sus conocimientos teológicos. Pero si un teólogo del siglo xxi hace esa misma afirmación, no ten dríamos inconveniente en decir que comete un claro error, producto de sus defectuosos conocimientos en soteriología, antropología y caritología teológica 49. 49 En otros campos del saber humano encontramos casos ‘similares’. Los mejo res sabios de la Edad Media, en Europa y fuera de ella, trabajan con la teoría de que el sol gira alrededor de la tierra. Si somos precisos en nuestro lenguaje y justos con ellos no diremos que cometieron por ello un «error». Se trata de una limitación dentro del progreso del saber humano. En «error» incurre el autor de una afirmación, si tenía la obligación profesional o moral de conocer mejor el problema, atendida la situación global de la ciencia en su época. Por otra parte, considerada la complica da situación cultural, religiosa y teológica en que vivió y polemizó san Agustín, el haber propuesto la teoría el PO podría calificarse de un inevitable «infortunio doctri nal», más que de un error. Incluso hoy mismo todos hablamos de la salida del sol y de su ocaso. No cometemos ningún error. Ni exhibimos una ‘limitación’ de nuestro saber. Simplemente estamos en otro juego lingüístico distinto. Por eso, podemos decir que un teólogo del siglo xvi no cometía «error» hablando del PO. Y sí lo come tería, a juicio nuestro, el que afirme la teoría del PO al entrar el siglo xxi.
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