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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 95 que se nos oculte el origen del alma, mientras qu ede clara la Reden­ ción no h ay peligro. Porque no creemos en Cristo para nacer, sino para renacer, sea cual fuere el modo en que hayamos nacido» 47. Me parece del todo legítima la aplicación extensiva que hacemos de esta fórmula al problema global del PO: aunque se nos oculte el ori­ gen de la universal situación pecadora de la humanidad (¿por el PO?, ¿por los pecados personales?, ¿por ambas fuentes?, ¿por el Viejo peca­ do’ cometido en la preexistencia, en los orígenes celestes del hom­ bre?). Mientras quede clara la necesidad del Salvador, no hay peligro p a r a nuestra f e en Cristo. La palabra de Dios no nos declara pecado­ res para que nos demoremos en interminables, a veces hipócritas investigaciones sobre el origen del pecado humano, sino para que busquemos al Salvador. Otro texto agustiniano nos pone en la misma pista: «Si con fesa­ mos qu e tanto los párvu los com o los m ayores, es decir, qu e desde los vagidos d e la in fan c ia hasta la c a n ic ie d e los viejos, tenemos n ecesidad d e este Salvador y d e su medicina, del Verbo h echo ca rn e p a r a h a b ita r con nosotros, se h a a c a b a d o toda d iscu sión en tre nosotros »48. Más adelante comentaremos el ‘elegante apólogo’ del hombre que cayó en el pozo y que Agustín comenta en contexto similar al nuestro. El largo análisis del texto tridentino sobre el PO podemos fina­ lizarlo pacíficamente con esta conclusión: Mientras que, con el concilio de Trento, afirmemos la necesidad absoluta del Salvador (y la correlativa impotencia soteriológica del hombre) no hay controversia entre nosotros, aunque neguemos el PO. Ahora bien, nuestra propuesta sobre la inocencia y Gracia ini­ cial del recién llegado a la existencia, no sólo no oscurece aquella verdad, sino que esclarece su universalidad y sobreabundancia en 47 Epist. 190, 1, 3; PL 33, 858. La verdad es que no tendremos conciencia clara y saludable de que somos pecadores, sino después de haber experimentado que hemos sido perdonados y transformados en hombres nuevos por la Gracia de Dios. 48 De Natur. Grat. 52, 69; PL 44, 276. Si siguiésemos todos esta sapientísima observación del «doctor del PO», las viejísimas discusiones sobre el PO se apagarían al entrar en el siglo xxi. Después de quince siglos sería un evento rezagado, pero satisfactorio.

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