PS_NyG_1999v046n001p0007_0353

CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 91 dora de la Cruz, co-afirma, con similar insistencia, la impotencia del hombre para salvarse sin la gracia de Cristo. Sobre esta impotencia humana estaban a la vista las desvaloraciones antiguas y nuevas. Los pelagianos enfatizaban el poder del hombre cristiano para conseguir la salvación, una vez que había recibido de Dios el don de una natu­ raleza sana, íntegra, inocente, santa. La Cruz no quedaba eliminada, pero sí desplazada hacia el exterior de la libertad humana. Lutero, con la sana intención de magnificar la Cruz, despotenciaba al hom­ bre hasta convertirle en una especie de tronco inerte ante la acción de la Gracia, DS 1554. Esta exageración de la impotencia se venga­ ba de sus cultivadores, porque, en vez de magnificar la fuerza de la Cruz, la enerva ostensiblemente, a juicio de los católicos. Al mismo tiempo que se afirmaba lo que llamaríamos el hecho bruto y neto de tal impotencia, los dos contendientes decían ya algo sobre la naturaleza de la misma, como no podía ser menos. Pero, dando un paso más, manifestaban su convicción de que sabían algo (lo suficiente, para ellos) sobre el origen de la incapacidad del hom­ bre histórico para conseguir la salvación: la situación universal y radi­ cal de pecado, situación que incluía incluso al ser humano que em­ pieza a germinar en el vientre de la madre. ¿Cómo pensar que la incontable «humanidad infantil» no está necesitada de Cristo? ¿Y cómo podríamos afirmar que necesita de Cristo, si no tuviese pecado? ¿Y qué otro pecado podría tener el niño sino el PO? (S. Agustín). Un creyente que cultive un concepto adecuado sobre Dios crea­ dor bueno, sobre la dignidad del hombre imagen de Dios, sobre el ‘pecado’ como libre desobediencia del hombre a Dios, no puede con­ tentarse con la mera y dura afirmación de que el hombre es pecador congènito. No puede menos de preguntarse cómo se llegó a tan insó­ lita, enigmática situación. Carente como estaba de los recursos, de metodología, de oportunidad para realizar una reflexión científico-teo­ lógica, Trento nos ofrece lo que hoy llamamos un texto de teología narrativa. Relata, cuenta lo que le pasó al género humano in ilio tem­ pore, en los abismales inicios de su historia, en los prestigiosos y divi­ nales orígenes que describe Gn 2-3. Los teólogos y Padres de Trento dicen al respecto ‘lo que siempre se ha dicho’. Incluso, como hoy sabe­ mos bien, lo que dijeron otros hombres antes que los cristianos: que hubo un «viejo pecado» que llenó de miseria la historia humana. De ahí el tercer momento del texto tridentino.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz