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76 ALEJANDRO DE VILLALMONTE La diferencia entre ambas interpretaciones es cualitativa. Agustín da un salto cualitativo y pasa a decir que la gran miseria humana —particularmente en los niños— no sólo tiene carácter de pena/ cas tigo por pecado adánico, sino que tiene razón de culpa, de pecado en los que sufren esta gran miseria, nominalmente en los niños. El salto lo realizó el gran especulativo Agustín mediante el recurso a la ancestral ley del talión, al llamado mito de la pena. Según la mentali dad primitiva existe una correlación inexorable entre pena y culpa, sufrimiento y pecado. Era normal en la época la pregunta que le ha cían los discípulos a Jesús: «Maestro, ¿quién pecó éste o sus padres, para que naciera ciego?», Jn. 9, 2. Jesús no condesciende con el mito de la pena, pero Agustín sí condesciende. Por eso, al examinar la gran miseria de los niños exclama: «Son miserables porque son culpa bles. Tienen PO los niños... porque lloran al nacer... Ambos —pela- gianos y yo— ven el castigo, tú dirás por qué delito. Confesáis la pena (miseria infantil), decid la culpa; confesado el suplicio, confe sad cómo lo han merecido. Es claro que un Dios justo y santo no podría cargar tanta miseria sobre los niños si éstos no fuesen culpa bles. Y ¿qué pecado podrán tener sino el viejo, ancestral pecado?»41. 41 Argüía Julián de Eclana: «No porque sean desgraciados los niños hay que decir que son pecadores». Agustín insistía con firmeza: «Instisto: se demuestra que son reos, porque son miserables», o. c., VI, 27: PL 45, 1573; ib., 23; ib., 122; ib., III, 48, 204. Rep. a Jul. III 12, 25; PL 44, 715: «Ya que confesáis la pena, confesad la culpa; confesáis el suplicio, decid por qué lo han merecido», Rep. a Jul. III, 25; PL 44, 715. Cf. C. Jul., op. imp. II, 66; PL 45, 1170. «Ambos vemos la pena, explica cómo la han merecido», Rep. a Jul. VI, 10, 31; PL 44, 840. Es claro que en esta argumentación agustiniana viene implicado y operante el «mito de la pena»: la correlación inexorable entre la culpa y el castigo, sufrimiento y pecado. Una especie de ley trascendental del talión, que regiría también el compor tamiento de Dios con los hombres, que le han ofendido. Por otra parte, en esta argumentación ad hominem no deja de haber un sofisma: Julián no admitía que el sufrimiento de los niños sea «pena/castigo». Para él, los sufrimientos de los infantes serían ‘normales’ en desarrollo de la vida humana. Por tanto, tampoco podía admitir que, si un bebé sufre, es por ser ‘pecador’ y, por ende, justamente castigado por Dios con tanta miseria. En esta argumentación, parece que el Obispo de Hipona participa de la mentalidad popular de los discípulos, que al ver al ciego de naci miento le preguntan a Jesús: «Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?». Sin fijarse en la respuesta de Jesús: «La ceguera innata no es castigo de ningún pecado», Jn 9, 1-3. Cf. Le. 3, 1-5. Ni tampoco de los demás sufrimientos humanos. Ni en los niños, ni en los adultos.
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