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PRESENTACIÓN 13 tas de encontrada procedencia y dirección; críticas y rectificaciones de forma y fondo; negaciones veladas o explícitas de la doctrina clásica. En esta situación, la brevedad deberá ser norma obligada. Por motivos de tipo práctico no era aconsejable escribir un grueso volumen sobre el PO. Por otra parte, en problema tan abundosa­ mente discutido, el ser breve puede resultar más convincente y podría ser mejor recibido. A ello anima también el conocido dicho de B. Gracián: lo bueno, si breve, dos veces bueno. Pero sin olvidar el temor expresado por el viejo preceptor Horacio: «Brevis esse laboro , obscurus f i o : trato d e ser breve, resulto oscuro». De todas formas, la oscuridad que se encuentre en la explicación nuestra podrá disiparla el lector interesado recurriendo a las referencias que, en momentos cruciales y puntuales, hacemos a estudios pro­ pios y ajenos. Finalmente, terminada la redacción y, en su caso, la lectura de este escrito, el tema del PO continúa abierto a todo vien­ to d e op in ion es. Nuestra teología es el saber de un viandante. Y, como decía Cervantes, m ejor es el cam in o qu e la p o s a d a . Para el teólogo «viador» mejor es la inquietud que el reposo sobre el lecho de la historia. El talante intelectual, el tono vital desde el cual nuestras pro­ longadas reflexiones sobre el PO han ido tomando cuerpo, sintoni­ zan, es decir, están en armonía con lo que intentan decir estos anti­ guos maestros: — «Mucho hicieron los que vivieron antes que nosotros, pero no culminaron (la tarea) ... Todavía queda y quedará mucho (por hacer). Y a ningún nacido, pasados miles de años, se le priva de la oportunidad de añadir algo» (Séneca). — «Amo y, por cierto, efusivamente; pero también juzgo y, por cierto, cvn tanto más rigor cuanto más intensamente amo» (Plinio). — «Pues qué, ¿condenamos a los antiguos? En modo algu­ no. Sino que, después de ellos, trabajamos lo que podemos en la casa del Señor» (S. Jerónimo). — «Se lee que la Iglesia ha mudado muchas veces sus cos­ tumbres. .. y que, según los diversos tiempos, ha variado su estilo el Espíritu Santo» (A. de Halverberg). — «Por amor a aquel en quien cree, desea (el teólogo) tener razones (para su fe)» (S. Buenaventura).

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