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70 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Adán era floreciente en la patrística anterior, y la teoría de la mala inclinación de indudable raigambre bíblica. La solemne teología de Adán, desglosada en sus elementos pri­ meros implicaba: La historificación dura y densa del Adán de Gn 2-3 y de Rm 5, 12-21 par; haciendo de Adán un individuo de historicidad tan riguro­ sa como la de Pablo de Tarso o Alejandro Magno. Sobre la historifi­ cación vino la ontologización del personaje, tal como aparece ya en Ireneo y avanza con los años. El influjo del mito, de las cavilaciones gnósticas, maniqueas, neoplatónicas es muy claro en todo el proceso. Este proceso de historificación y ontologización de Adán conlleva la sublimación de su figura hasta cotas que hoy nos parecen arbitra­ rias, fantásticas, inverosímiles: la concentración en él de una exube­ rante floración de dones naturales, preternaturales, sobrenaturales. Al hombre primero de nuestra especie, la antropología moderna —inclu­ so la teológica bien informada— le ve más bien religado a sus inme­ diatos predecesores simiescos. En algunos casos, los filósofos paganos idealizaban a los hombres primordiales hasta convertirlos en seres de raza divina, cf. Hech 17, 28. Los teólogos antiguos presentaban a su primer hombre Adán, como un ser semidivino, por la gracia de Dios. En fuerza de un viejo axioma, recibido sin discusiones por hombres de mentalidad tribal, arcaica, patriarcal, se pone en acción como un axioma orientador este dicho: uno p o r todos, todos en uno . Es decir, la tesis de la unidad, solidaridad física, moral, óntica, histó- rico-salvífica de toda la especie humana en el protoparente Adán. Todo este armazón especulativo tenía un origen y una funcio­ nalidad vivencial y pastoral: explicar el inconmensurable pecado de Adán como originante de la inaguantable miseria/corrupción de varia índole en la que la raza humana se debate inmersa. En su proceso inductivo, las diversas mitologías, filosofías y teologías partían de la experiencia de la miseria humana y llegaban a encontrar su origen en el «viejo pecado» del Hombre Originario. Individualizado éste, se señalaba su comportamiento como originante de la enorme miseria de la humanidad histórica por los siglos. Esta experiencia y la etiología que de la pesante miseria huma­ na surge, marcha en simbiosis con la ‘teología de Adán’, completán­ dose mutuamente. En esta línea hay que buscar una tradición doc-

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