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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 55 gelio oigan hablar de la urgencia y absolutidad de Jesús/Salvador es normal que pidan, secretamente, alguna aclaración. Pablo percibe la pregunta y, en el estilo oratorio, enfático de un pregonero, da el pri­ mer paso hacia la respuesta: mostrar que ambos grupos —judíos y gentiles— se encuentran por una parte necesitados de salvación, pero por otra parte es manifiesto que no pueden conseguirla por sus pro­ pias fuerzas. Ni por la observancia de la ley los unos, ni por la profe­ sión de la filosofía los otros. No insisto más en una verdad tan clara para san Pablo y para nosotros. B) La IMPOTENCIA SOTERIOLÓGICA DE LA HUMANIDAD ENTERA La proclamación de Cristo como Salvador absolutamente nece­ sario implica y co-anuncia otra verdad referida a los oyentes: que éstos se encuentran en total im p o ten cia soterio lóg ica, incapaces de salvarse por sus propios medios. ¿Cuál es la índole, la raíz de esta impotencia soteriológica? Importa saberlo, porque ella es el correlato inseparable de Cristo, Salvador absoluto. Su acción puede ser proclamada como absolutamente necesaria sólo si la humani­ dad, correlativamente, se encuentra en ab so lu ta im poten cia sote­ riológica. La afirmación sobre Cristo Salvador —mensaje cristológi- co— tiene, como correlato inseparable, la proclamación de la incapacidad soteriológica del hombre: enunciado antropológico. Veamos cómo, para esclarecer el misterio del Salvador, Pablo se ve precisado a ilustrarnos sobre el misterio del hombre llamado en Cristo a la salvación, pero incapaz de conseguirla por sí mismo. Esta impotencia soteriológica de la humanidad entera la desvela Pablo desde tres perspectivas distintas, pero convergentes en la intención y finalidad. El primer paso lo da con la célebre diatriba contra los vicios de los paganos y la no menor indignidad moral de los judíos. Lo hace recordando las palabras del salmista que, en este contexto, son particularmente duras y veraces: «Pues y a d em o stram o s q u e tan to ju d ío s c om o g riegos están todos b a jo el P eca d o , com o d ic e la E scritu ra: no h a y qu ien bu squ e a Dios. Todos se desviaron, a una se corrompieron : no hay qu ien ob re el bien, no hay siqu iera uno», Rm 1, 18-32; 3, 10-12. Pero, la sombría situación religiosa de ambos grupos humanos, de todo hombre, no es meramente circunstancial, coyuntural, un

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