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50 ALEJANDRO DE VILLALMONTE perspectivas. Las características de la situación pecadora en la que el AT contempla de continuo a la humanidad podrían sintetizarse en estas tres: universalidad, radicalidad, solidaridad. Veamos el sig nificado y alcance de cada calificativo. La universalidad d e la situación p ecad o ra . Está bien expresada en el conocido texto: « El Señor observa desde el cielo a los hijos d e Adán, p a r a ver si hay alguno sensato que busque a Dios. Se corrom p en com etiendo execraciones, no hay quien obre el bien, no hay ni uno solo», Sal 14, 2-3; Rm 3, 9-18. Advirtamos el estilo oratorio, pasio nal, ponderativo de la frase. La vehemente inculpación va dirigida al pueblo, a la comunidad. Tiene, pues, una universalidad de suyo colec tiva, generalizadora. Los profetas en éste y otros textos similares no cultivan una casuística que se preocupase por la situación de cada indi viduo humano ante Dios. Así, es posible que, dentro de esta universa lidad colectiva, haya individuos justos, agradables a Dios, como Abel, Abraham, Job y otros. La propia severa mirada de Yahvé se enternece al descubrir que viven en Nínive ciento veinte mil niños que no distin guen su mano derecha de la izquierda, inocentes, por tanto, Jon 4, 11. Amarga ironía de la historia: los teólogos cristianos, durante siglos, encontraron en estos niños una viscosa mancha de pecado, una ‘natu raleza congénitamente viciada’ (= natura vitiata) que les excluía de la graciosa amistad del Padre celestial. Pero Yahvé, que conoce la pro fundidad del ser humano, les encontraba inocentes de culpa y pena 29. Por otra parte, es indispensable tener a la vista la amplitud, fle xibilidad, falta de contornos, fluidez del concepto veterotestamenta- rio de «pecado«: pecado/mancha ritual; pecado social, estructural, moral; consecuencias y presupuestos del pecado; pecado en dimen- 29 San Agustín encuentra justo el anatema/exterminio al que Yahvé condenó a los niños cananeos, Jos 7, 21-26; Jos 10, 32-40; donde se dice que los guerreros hebreos no dejaron piante ni mamante en tierra de cananeos. Se apoya también en Sab 12, 10-11, que llama a los cananeos raza maldita de nacimiento. Ver C. Jul. Op. Imper. III, 11-50; PL 45, 1251-1272. También insiste en la idea veterotestamentaria de que Dios castiga en los hijos el pecado de los padres. Y por eso castiga el pecado de Adán en todos sus descendientes por los siglos. Si bien la justicia humana en modo alguno debe ejercer la justicia en esa forma. Ib., n. 18, 22-37. Julián de E clana , por su parte, insiste en que no hay más pecado que el personal. Las citadas frases bíblicas son un ‘modo de hablar’ de la Escritura. No hay que interpretarlas en senti do literal. Sigue allí mismo el comentario tan dispar que ambos contendientes hacen a Ez 18. Ver nn. 52-68.
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