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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 351 abundancia de la redención, su necesidad, y su universalidad se sal vaguardan con mayor nitidez y generosidad negando el PO en el nasciturus y afirmando en él la presencia real e influencia de la Gra cia de Cristo. La conexión necesaria entre la existencia del PO y la acción salvadora de Cristo sólo puede afirmarse desde una visión hamartiocéntrica, superficial, ‘diminutiva’ de esta acción salvadora. 7. Cuando en el siglo xix, se definió la plenitud de la gracia inicial en la Madre del Señor y la consiguiente inmunidad de toda mancha de cualquier tipo de pecado, los teólogos neoescolásticos pensaron que, implícita y colateralmente, se reafirmaba la existencia del PO en los demás mortales. Lo verdadero es lo contrario: afirma da la llenez de la Gracia inicial en María, se abre camino para hablar, con fundamento, de la Gracia inicial en todo hombre al llegar a este mundo. 8. La teoría del PO, en sus múltiples ramificaciones, ha influi do desfavorablemente en la concepción teológica equilibrada y saludable del pecado, la libertad, la vida pasional humana; ha cola borado en la creación de una morbosa conciencia de pecado, al cultivo de una moral hamartiocéntrica, «pecadorista». En lugar de una conciencia de pecado lúcida, saludable, que busca la miseri cordia del Padre, ha propiciado la aparición, en diversos períodos y densidades, de una difusa, obsesiva, oscura conciencia de culpa bilidad morbosa que mira con miedo hacia el Dios airado con una especie humana pecadora de raza, de nacimiento. Y ello tanto a nivel individual como colectivo. 9. A partir del Renacimiento y todo a lo largo de la moderni dad, el ‘dogma’ del PO, tal vez más que ningún otro del credo cris tiano, ha sido utilizado como rémora para frenar el progreso moral y cultural de Occidente. Las desmesuras de los diversos racionalismos, la pretensión prometeica, titánica del humanismo secular, se inten taban frenar con similares armas dialécticas y polémicas con las que san Agustín combatía el orgullo espiritual, teológico de los pelagia- nos. Pero, tal vez, no se reparaba lo suficiente en este hecho: en la medida en que Agustín frenó el pelagianismo, lo lograba no por ser el «Doctor del pecado original», sino por ser el «Doctor de la Gracia», absolutamente necesaria. Sin embargo, la necesidad absoluta de la Gracia se defiende mejor por otros caminos, en los que no nos encontraremos con la figura del PO.
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