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344 ALEJANDRO DE V1LLALMONTE En cierto sentido, podríamos decir que el obispo de Hipona logró vencer al pelagianismo, a pesar de su teoría del PO, que hoy calificamos de desafortunada. El éxito se debía a que, si bien Agus­ tín se equivocaba en lo secundario, al explicar la impotencia de la naturaleza por el hecho del PO, pero acertaba en lo principal: la necesidad de la Gracia y en que la impotencia soteriológica del hombre es muy real, venga ella de donde viniere. Julián de Eclana tenía razón contra Agustín al defender la natura humana íntegra, sana, no viciada. Pero se equivocaba en la deducción que de este hecho real se hacía: que tal natura sana no necesitaba (no en forma radical) de la Gracia. Agustín se equivocaba razonando en sentido contrario: puesto que la necesidad de la Gracia es absoluta, hay que afirmar que la natura está viciada, corrupta por el ‘viejo pecado’; no porque así hubiera salido de las manos de Dios. Pero ambos con­ tendientes sufrían una limitación, un fallo en sus ideas filosófico-teo- lógicas: carecían de un concepto adecuado de «naturaleza», del «Sobrenatural» y de sus relaciones mutuas. Toda la teología pelagia- na de la naturaleza sana y toda la teología agustiniana de la «natu­ raleza viciada», por el PO naufragan ante la teología del Sobrena­ tural, según hemos expuesto. Como hemos indicado, hay que ver aquí una limitación epocal insuperable. Podría incluso hablarse de un «infortunio doctrinal», dadas las duras circunstancias en que se produjo. Nunca de un ‘error doctrinal’ en sentido riguroso. Sí que sería error seguir hoy día la misma doctrina respecto al PO. Esta «teología del Sobrenatural», permite hacernos fuertes para exigir mesura y reconocimiento de fronteras a los empeños prome- teicos, titanistas de cualquier humanismo extremoso. No precisamos pedir auxilio a la teología del PO. En efecto, aunque el humanismo más optimista nos ofrezca una figura de hombre en la plenitud de su desarrollo y en abertura hacia un progreso sin fronteras a la vista, el teólogo católico puede hacerle ilimitadas concesiones benévolas respecto a las posibilidades de lograr un progreso siempre mayor. Pero sin envilecer la naturaleza, sino ofreciéndole el camino hacia su más insospechada grandeza (como advertían santo Tomás y Duns Escoto), podemos decirle que se encuentra en absoluta impotencia para conseguir la liberación/salvación del ser humano que coincida con el proyecto de salvación que Dios tiene sobre él. No debemos, ni podemos honradamente decirle al «racionalista» de la Ilustración o de cualquier época que su naturaleza está radicalmente viciada,

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