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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 343 — En todas las luchas doctrinales los heterodoxos, los ‘here jes’ contribuyen al esclarecimiento de la verdad en litigio. Si bien ellos lo hacen dialécticamente, desde la negatividad, desde la acti tud crítica de leal oposición. Es sabido que el progreso en la his toria se realiza en forma dialéctica. La negatividad se transforma en una fuerza creadora y positiva, según la conocida opinión de Hegel. Idea que surge en él, según parece, al amparo de sus ideas teológicas sobre el acontecimiento de la reconciliación tal como lo concibe el cristianismo luterano. No podría negarse que el arria- nismo contribuyó en forma dialéctica, pero, en última instancia, positiva y benéfica, al desarrollo de la teología trinitaria de los ortodoxos. Como el nestorianismo y monofisismo a la cristología de Calcedonia. Se cumple el dicho popular de que Dios escribe derecho con líneas torcidas. — Con este criterio volvemos la vista a los orígenes de la teología del PO. Agustín de Hipona detuvo el avance del pelagia- nismo no porque haya sido el ‘Doctor del PO’, sino por ser el ‘Doctor de la Gracia’. Su teología del PO, con ser tan exuberante y desarrollada con pasión, no pasa de ser en él —vista en pro fundidad— una doctrina ancilar, subsidiaria, instrumental al servi cio de otra verdad primaria: la gratuidad y fuerza invencible de la Gracia. Esta constatación ha dado base sólida a nuestra reiterada pregunta, ¿es que para mantener en todo su vigor la excelencia de la Gracia de Cristo es necesario mantener el teologúmeno del PO original? La respuesta tiene que ser negativa, pero matizada. Cierto es que, en la circunstancia vital —religiosa, teológica, pas toral, cultural— en que se discutía el problema en el siglo v, resul taba histórica y psicológicamente imposible defender la eficacia de la Cruz de Cristo sin aducir el hecho de la universalidad y radicali- dad del pecado, incluso en el recién nacido: la teoría del PO. En este contexto, es justo reconocer que la influencia de la teología del PO ha sido beneficiosa para la teología de la Gracia en aquel entonces. Sin embargo, en la circunstancia vital en la que hoy se debe plantear el problema de las relaciones Gracia-naturaleza, el recurso a la teoría del PO es innecesario, superficial, según hemos dicho. E incluso contraproducente, si tenemos en cuenta las nue vas, fuertes e insolubles dificultades que, desde diversas ramas del saber humanista y desde el interior de la propia ciencia sa grada, han surgido contra la vieja creencia.
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