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340 ALEJANDRO DE VILLALMONTE nal» cuando se quiera hablar de la situación teologal del recién llega­ do a la existencia. En sí misma, esta fórmula quiere decir algo inde­ cible. Desde san Agustín, se viene diciendo que nadie sabe qué es ‘eso’ del PO. Calificarlo de analógico es llenar un vacío cognoscitivo con una palabra rodada en el cauce cansado de los siglos, pero ina­ ceptable. Porque, con su uso, se corre el riesgo de caer en una dis­ torsión del concepto cristiano de pecado. Realidad que no se cum­ ple sino en un acto que brota de una voluntad individual, consciente y libre, en pleno ejercicio de su actividad. De lo contrario, entramos en el terreno de un lenguaje imaginativo y figurado difícil de contro­ lar. Es claro que una moral seria no puede seguir por ese camino217 4. EL DOGMA DEL PECADO ORIGINAL, ‘MARTILLO DE HEREJÍAS’ Otra de las formas de presentar la benéfica influencia de la teo­ ría del PO en el conjunto de nuestro sistema de creencias es el de advertir sobre la ayuda que ella ha prestado para superar varias de las crisis doctrinales y, en su caso, «herejías» que han surgido en la historia de la Iglesia.La Cristiandad oriental, en sus siglos de esplen­ dor, hubo de combatir desviaciones doctrinales de alto nivel trinita­ rio o cristológico. El Occidente, desde que hubo aquí una teología propia, autónoma, se fijó con clara preferencia en los problemas doctrinales de índole antropológico. A estos nos atenemos. Hace­ mos un recorrido esquemático. No parece haya necesidad de más. A) Resulta tópico recordar que Agustín desarrolló con ampli­ tud y hondura su teoría del PO como instrumento doctrinal y argu- 217 Parece, pues, llegado el momento de retirar de nuestro lenguaje religioso, teológico, catequístico de la predicación de la liturgia la palabra y la idea del «viejo pecado adánico» del PO y sus concomitancias. Únicamente cuando sea preciso hacer la historia del pensamiento y de la cultura general del cristianismo occidental, será inevitable hablar con fundamento e interés, sobre la presencia e influencia, tan rele­ vante en ella, del PO. Me parece que, en la actualidad, no será difícil hacer una comunicación serena y pacífica de este Cristianismo sin pecado original que estamos proponiendo. Algu­ na indicación al respecto puede verse en A. de V illalm o nte , El pecado original. Pers­ pectivas teológicas, en NG 30 (1983) 237-256; 248-256.

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