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328 ALEJANDRO DE V1LLALMONTE a la doctrina del PO. La en señ an z a eclesiástica sob re el PO no es doctrina bíb lica , en el sentido técnico d e la expresión. A mayores, abrigo la esperanza de que, ulteriores investigaciones en este campo no lleguen a invalidar el anterior enunciado. El tema de la Tradición es más amplio y complicado. Y no sólo para los que niegan, sino —tal vez sobre todo— para los que creen tenerla a su favor. Hay algunos hechos seguros y mayores: la Tradi­ ción doctrinal de Oriente desconoce la teoría agustiniana-tridentina- escolástica sobre el PO. La desconoce también la Tradición univer­ sal de los cuatro primeros siglos cristianos. Los textos del Tridentino nos permiten hablar de una tradición teológica común en Occiden­ te, pero no permiten solemnizar ni hablar de un «dogma» en el sen­ tido fuerte, moderno de la palabra; sino sólo en sentido antiguo de «dogma-decreto-precepto doctrinal». Atinada designación, que nos puso en camino correcto para hablar de su interna contextualidad y condicionamientos históricos-culturales. Este hecho haría posible y hasta deseable hablar de la caducidad de este «precepto», al modo explicado. En lugar de aquellas altísimas seguridades hemos buscado el estatuto epistemológico de la doctrina del PO a nivel más modesto, pero más razonable, de la conclusión teológica. La afirmación o negación del PO hay que resolverla a nivel de un teologúmeno, de una derivación de verdades teológicas de más alto nivel y firmeza. En el fondo, a juicio nuestro, expresado con anterioridad, así lo ha­ cían, en última instancia, los creadores y cultivadores seculares de esta doctrina. Si bien ellos la querían fundar, solemnizar, canonizar y dogmatizar mirando a la palabra de Dios. Por motivos más bien polémicos y circunstanciales. Así, pues, estamos referidos a las motivaciones, argumentos teo­ lógicos aportados por la tradición teológica a lo largo de la historia y, en parte, hasta el día de hoy. Los tipificamos en estas tres catego­ rías, y los enunciamos y comentamos según la jerarquía de validez teológico-argumentativa que, a juicio nuestro, les corresponde. Argu­ mento cristológico, antropológico, teológico. Los comentamos bre­ vemente, pues ya vienen bien ‘criticados’ en páginas anteriores.

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