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320 ALEJANDRO DE VILLALMONTE no hubiera «entrado en escena» en nuestra historia 199. Ya hemos comentado que este razonamiento se funda en un concepto ‘superfi­ cial y diminutivo’ de la acción redentora de Cristo. Dentro de esa mención de la ‘mística’ del pecado original y sus posibles benéficos efectos, hay que mencionar este hecho no menos claro: la aparición de la mística del pecado fue motivada, según expli­ can los estudiosos, como un remedio y antídoto contra la soberbia farisaica de las obras, contra el empeño humano de autojustificación que invade todos los fariseísmos, pelagianismos y humanismos radi­ cales que el mundo han sido y son. Es decir, contra el orgullo de las buenas obras, propio de los piadosos. Pero es obvio que existe tam­ bién el orgullo del pecado, la figura del hombre que se enorgullece de ser pecador. El novelista M. Kundera tiene una frase magnífica al respecto: «Éste es nuestro único deseo profundo en la vida; que todos nos consideramos grandes pecadores. Que nuestros vicios sean com­ parados con los chaparrones, las tormentas, los huracanes» 20°. Tene­ mos la figura literaria de Don Juan, orgulloso de sus ‘hazañas’ en el campo de la concupiscible. Pero otros pueden enorgullecerse de parejas ‘hazañas’ en el campo de la violencia, de lo irascible, como Napoleón, Hitler, Stalin, por citar gente de nuestra época. U. von Balthasar desarrolla el tema del orgullo del pecado, centrado en la figura de Luzbel, tan atrayente para todos los rebeldes y orgullosos pecadores de la época romántica y de otras201. 199 L. S ch effczyk , Erbschuld zwischen Naturalismus und Existentialismus, en MThZ 15 (1964) 26-27. 200 M. K undera , La inmortalidad, Barcelona, Tusquets, 1990, 14. Ya tiempo atrás algunos finos escritores ascéticos habían observado que el orgullo de ser pecador podría estar agazapado en el subconsciente, en el instinto prevoluntario de algún devoto que es reiterativo en ‘ponderar’ la enormidad de su anterior vida pecadora. 201 H. U. von B althasar cifra la exaltación poética del hombre rebelde peca­ dor en el ‘culto’ a Luzbel de ciertos escritores románticos. Ver El problema de Dios en el hombre actual, Madrid, Guadarrama, I960, 249-264: «Perdición, los rebeldes y el infierno». El hombre rebelde/pecador lo simboliza la mitología en el símbolo de Prometeo. Los cultivadores de la teología de Adán, tanto gnósticos como ortodoxos, han revestido, a veces, de rasgos prometeicos a la desobediencia del Adán genesía- co que, en la narración genesíaca, parecía más fruto de debilidad que de soberbia. Ya Julián de Eclana hablaba de Adán como de un ‘pobre hombre’, más digno de lástima que de vituperio.

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