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316 ALEJANDRO DE VILLALMONTE tianismo. Se podría hablar en el caso, de una secularización, ideali­ zación, ontologización de la figura del PO en el campo de la cultura occidental en su generalidad. El tema podría ser sugerente y goloso para los historiadores de nuestra cultura. Es claro que no puede desa­ rrollarse aquí. Pero parecía pertinente hacer mención de él; porque puede completar la idea que venimos exponiendo en estos últimos capítulos: el impacto que la creencia en el PO —globalmente consi­ derada— ha ejercido en nuestra cultura occidental. Tema que no puede menos de acuciar nuestra curiosidad. Espero que, en el caso, no sea aquella curiosidad = curiositas que los antiguos calificaban como madre del pecado e hija del pecado. A) E xaltación lírico - po ética d el peca d o o rig inal «Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Oh f e l iz culpa, que mereció tan gran Redentor!» (Himno «Exultet», de la vigilia de Pascua). En páginas anteriores oíamos el testimonio del teólogo oriental Isaac de Nínive que nos advertía: si decimos que el motivo de la encarnación del Hijo de Dios es el pecado de Adán no deberíamos criticar, sino incluso alabar, el pecado del protoparente, pues nos habría traído tanto bien. No sé si Isaac de Nínive sabría que el Occi­ dente cristiano, en la solemnidad litúrgica más importante, se desata en alabanzas al pecado de Adán. El cantor de la «Angélica», lleno de la sobria ebriedad del Espíritu, proclama al pecado de Adán evento feliz que llena de bienandanza y gozo, literalmente incontenible, a la comunidad de los creyentes. Porque él provocó la entrada en nuestra historia pecadora del Hijo de Dios: el Bien supremo entre los seres creados, la Obra suprema de Dios = Summum Opus Dei, como proclama Duns Escoto. Nosotros mismos, en un lenguaje colo­ quial, fácil de comprender a ese nivel, podríamos exclamar: ¡Bendi­ to pecado original, que nos trajo tanto bien! Lo hacemos en tantas ocasiones en que un mal sufrido se torna ocasión de un bien mayor, inesperado e inalcanzable, al parecer, por senderos usuales. Pero la alegría y exultación lírica, poética del «Exultet» ha de estar enmarcada en ciertos presupuestos lógicos, doctrinales que la liberen de lo meramente impulsivo, emocional, irracional. En efecto, el mismo poeta, un momento antes, alaba la ternura, el amor carita-

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