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314 ALEJANDRO DE V1LLALMONTE hablando de una responsabilidad y culpabilidad de un pecado pre- personal, predeliberado, prevoluntario marcha en dirección contraria a aquella fuerza de progreso que puso en marcha el Cristianismo Con referencia a las fuentes teológicas de este avance decisivo, hay que citar el famoso texto de Ezequiel 18. El profeta critica el refrán popular de los hebreos: ‘los padres comieron los agraces y nosotros sufrimos la dentera’. Refrán que delata una mentalidad tribal, arcaica, según la cual los hijos comparten , son solidariamente culpables y dignos de castigo por «el viejo pecado» de los ancestros. Toda nuestra cultura occidental, tanto en su vertiente cristiana como en su vertiente humanista, está fundada sobre el eje sustan­ cial del valor primordial de la persona; en todos los niveles y mani­ festaciones de la actividad humana. En la moral católica, no hay más pecado/culpa/responsabilidad que la individual-personal. Lo demás es ya meterse en aplicaciones extensivas, traslaticias, metafóricas del concepto y realidad del «pecado». Con peligro de bagatelizar la seriedad religiosa/teológica de este concepto. Ya hemos hablado del tema. La teología tradicional, al hablar de un «pecado original» abu­ saba y equivocaba el concepto ortodoxo de pecado en la forma explicada antes. No parece pueda dudarse de que los creyentes en el PO, sin pretenderlo expresamente, pero, por el peso mismo de las cosas, mantenían la tendencia a diluir la responsabilidad indivi­ dual/personal del pecar humano en la responsabilidad/culpabilidad de la humanidad sintetizada y solidaria en el pecado de uno: Adán y la corrupción congènita que él inyectó en cada ser humano. Recojo el testimonio de un autor ajeno a preocupaciones teoló­ gicas, pero que desde la ética natural/filosófica critica la tendencia a diluir la responsabilidad/culpa del sujeto (personal, individual) en la responsabilidad y culpa colectiva. «La vigilancia básica que, en el terreno de la razón práctica, el sistema democrático impone puede condensarse así: todas las dis­ pensas que procuran difuminar la responsabilidad moral o política del sujeto son ofertas de privarle de su libertad. Con sospechosa premura, el colectivismo y el estatismo expenden certificados de irresponsabilidad a quienes lo solicitan o incluso a quienes simple­ mente no se molestan en rechazarlos. La oferta es múltiple: la «culpa» que la puesta en práctica de la libertad comporta, recae sobre la sociedad, o sobre el inconsciente, o sobre la familia y los ancestros,

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