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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 305 En este contexto hay que enmarcar la enfermedad de los escrú­ pulos que aquejaba con tanta frecuencia a confesores y penitentes católicos. Nunca terminaban de limpiar su conciencia ante un Dios que tenían ‘mirada de lince’ para escudriñar en lo profundo y desvelar secretos comportamientos humanos 186. Los tremendos ejercicios de ‘preparación para la muerte’ y el encuentro con el Juez supremo se previvían bajo el eco de los temibles versos del Dies Irae, recitado en los funerales cada día. Sorprende desagradablemente el encontrar en la hagiografía católica el hecho de que tantos santos y almas pia­ dosas hayan muerto con angustiosas dudas sobre su condenación eter­ na. El espectro del infierno amenazaba de cerca a cada fiel cristiano, ya que se predicaba y se vivía la afirmación segura de que el número de los predestinados, de los que se salvan, es muy escaso. Y ello, como es sabido, por efecto del PO y sus fatales concomitancias. Ade­ más del infierno, se realizaba una extensión del mismo en la figura del purgatorio que, en tantos textos, aparece «infernalizado», ya que los tormentos que allí se padecen son equiparados a los infernales: un infierno temporal, creado para castigar la inagotable maldad humana. La visión dolorista, angustiosa de la vida domina largos perio­ dos de nuestra historia. Olvidemos la triste primera Edad Media. Tras 186 Delumeau, Le péché dedica un apartado (pp. 447 - 449 ) a hablar de un Dios a quien los predicadores y escritores ascéticos presentaban mirando a la humanidad «con ojos de lince». Para indicar que Dios penetra con su mirada y ve pecado allí mismo donde nuestra vista no puede penetrar. Por estas tierras, en la predicación popular de conversión — las misiones populares— , se recitaba esta letrilla: «Mira que te mira Dios/ mira que te está mirando/ mira que te ha de juzgar/ mira que no sabes cuándo». Podríamos mentar aquí la idea a J. P. Sartre, que ha elevado la mirada del otro y del otro a categoría de gran expresividad literaria y de alta categoría filosófi­ ca ontològica. Basado en experiencias infantiles, no exentas de cierta morbosidad, rechaza a Dios porque su mirada absolutamente fija y omnipresente la experimenta­ ba como una mirada que le culpabiliza, le avergüenza y anula su libertad/personali­ dad. Ver textos y comentario de D. Castillo, cit. en nota 173 . También F. Nietzsche se sentía culpabilizado, radicalmente humillado y aniquilado por alguien que le mira­ ba «con ojos que lo veían todo... veía las profundidades y los abusos del hombre, todas sus disimuladas fealdades y vergüenzas». Así hablaba Zaratustra, Madrid, Edaf, 1971 , 248 . Le enfermaba pensar en el «ojo burlón que en la oscuridad que me con­ templa», 234 . Tanto Sartre como Nietzsche parecen olvidar que la literatura universal existe la figura de la «mirada amorosa» creadora de vida y energía entre el que la da y en el que la recibe. Nietzsche, extremoso del todo y hasta un poco bruto, confiesa que le da grima la misma mirada ‘piadosa, compasiva’ , sobre todo la de Dios.

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