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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 301 El hombre ‘natural’, antes de la justificación viene calificado como un ser radicalmente corrupto, actuando bajo el impulso del egoísmo radical, de la invencible concupiscencia, con un corazón retorcido sobre sí mismo del que sólo brotan frutos agusanados de malas obras. El hombre caído sólo dispone de una libertad esclava. En esta perspectiva, es connatural que el hombre sienta miedo de su propio corazón, que se odie a sí mismo y que tenga el secreto deseo de verse liberado de la carga de una libertad que sólo le impulsa hacia el pecado, hacia la propia condenación, en última instancia. El concepto de Dios corresponde del todo al concepto del hom­ bre: Dios es visto como un señor iracundo, justiciero, exactor de una satisfacción ‘imposible’, pero debida a esa majestad ofendida. Ante él tiembla el hombre buscando un ‘Dios Gracioso’. Las relaciones del hombre con Dios están regidas por la obediencia servil, la sumisión, la humillación de un delincuente. Escasamente por la relación de amor filial. La relación Dios-hombre es de una extremada tensión dialéctica: un rebelde ante su señor; un hombre dotado de una liber­ tad esclava está demandando un amo que le domine. Por eso la auto­ ridad del Creador sobre sus criaturas tiene rasgos que podrían califi­ carse de tiránicos. Por ejemplo, cuando se dice que Dios impone al hombre ‘caído’ mandamientos imposibles, como el de amarle sobre todas las cosas, siendo así que todo el hombre y su actuar está domi­ nado por el egoísmo radical. Cf. DS 1536, 1568. En este contexto, parece inevitable que la autoridad sea pre­ sentada, ante todo, en su dimensión impositiva, coercitiva. Como desagradable consecuencia del PO, según decían también muchos teólogos medievales. Valoración que se extiende tanto a la autori­ dad civil como a la eclesiástica, según vimos. También Dostoiewski nos ofrece un testimonio de este mismo fenómeno: el miedo a la libertad. De este miedo se dice que «nunca en absoluto hubo para el hombre y para la sociedad nada más intolerable que la libertad». Por eso es comprensible esta otra afirmación: «te lo digo, no hay para el hombre preocupación más grande como la de entregar este don de la libertad con que nace esta desgraciada criatu­ ra». La tranquilidad y la muerte «son más estimables para el hombre que la libre elección con el conocimiento del bien y del mal». Cristo predi­ có la libertad para las gentes, pero ellos «han traído su libertad y la han puesto a nuestros pies», a los pies de los inquisidores. El Gran Inquisi-

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