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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 299 libro sobre la angustia, que luego citaremos. Para Kierkegaard la angustia existencial (con el consiguiente sentimiento individual y colectivo de culpabilidad) es, por una parte, hija del pecado (origi­ nal) y por otra madre de todo pecar humano, pues el PO es un vivaz pecado permanente. Sartre recoge y amplifica la idea que hemos encontrado por otros caminos: el sentimiento morboso de culpabili­ dad colectiva ha sido creado en nuestro Occidente cristiano, en buena medida, por la creencia en el PO, desde sus formas más extre­ mas, pero muy vigentes socialmente. Por otra parte, el sentimiento de culpabilidad que puede surgir de otras fuentes, ha sido recubierto y como racionalizado con auxilio de la creencia en el PO previamen­ te adquirida. Sobre la experiencia del sentimiento de culpabilidad, Sartre se eleva su crítica de la idea de Dios y de la religión provocadoras de semejante enfermizo sentimiento. Crítica radical y universal, con pre­ tensiones y categorías de nivel ontológico y metafísico. Los remordi­ mientos, el sentimiento acongojante de culpabilidad, habría creado la figura de Zeus (los dioses). El cual, obviamente, ha de ser imaginado como un dios rencoroso, castigador de los hombres e inmisericorde con unos seres que no cesan de proclamarse culpables de algo inde­ finible. Más aún, los remordimientos humanos que dieron nacimiento a Zeus, se tornan en manos de éste en instrumento para mantener sobre la plebe acongojada su imperio, duro y tupido de miedos. Sin entrar en un diálogo total con Sartre, digamos que ésta su crítica de la idea de Dios basada en el sentimiento morboso de culpabilidad que genera es unilateral, sesgada, fragmentaria desde el punto de vista de la historia, de la psicología, de la filosofía de la religión. Porque el sentimiento religioso surgido en la historia del hombre, está movido al menos por este doble sentimiento /impulso: fascinación y temor: el conocido binomio del fascinans et tremendum, de R. Otto. Fascinación que implicaba proximidad, atracción y hasta amor y servicio. Y temor que provoca lejanía y respeto y, en casos, el miedo. Por eso, es legítimo calificar la críti­ ca de Sartre, sobre la base del miedo y angustia, como fragmenta­ ria. Sólo mira desde uno de los ángulos la realidad que es, al menos, bipolar por esencia. De todas formas, el mito sartriano de Las moscas da que pen­ sar, como todo mito bien estructurado. Nominalmente al creyente

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