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34 ALEJANDRO DE VILLALMONTE 4. VOLUNTAD SALVADORA DEL PADRE MANIFESTADA EN CRISTO Las mencionadas cualidades que a la voluntad salvadora atribui­ mos no se les tache de apriorismos. El sentir y el pensar cristianos las han deducido al contacto intelectual y volitivo con los hechos que han tenido lugar en nuestra historia terrenal. La decisión salva­ dora que estaba en el corazón del Padre antes de la creación del mundo, se ha encarnado, ha tomado cuerpo, se ha hecho tangible en Jesús, el Cristo. La encarnación, vida, muerte, resurrección, glori­ ficación de Jesús son la señal visible, el Sacramento que manifiesta aquel misterio escondido desde los siglos en Dios. Cuando el Verbo asume a sí y hace suyo al individuo Jesús de Nazaret, eleva hasta sí y asume, en cierto modo, a todo ser humano. Todos aquellos seres que sean discernibles como consanguíneos, concorpóreos del Hom­ bre Jesús de Nazaret, quedan ungidos por la presencia e influencia vivificante del Verbo. El cual, al llegar al mundo, ilumina a todo hombre, Jn 1, 9; recibe un bautismo de sangre por todos, Le 12, 50; se consagra al Padre por todos, Jn 17, 19-20; en él todos son con- resucitados y co-asentados a la derecha del Padre, Ef 2, 5-6. La teología contemporánea habla de esta universal, originaria, radial influencia vivificadora de Cristo al proponerle a él como Sacramento universal/radical de salvación. Sin que sea permitido hablar de limitaciones epocales, grupales, circunstanciales. Cristo es el Tiempo (= kairós/oportunidad de salvación) de Dios para noso­ tros (K. Barth). Por eso, todo el tiempo de nuestro vivir humano —individual y comunitario— es tiempo de Dios y tiempo de Cristo para nosotros: desde el primero hasta el último latido vital. Desde el inicio al final de la historia. Mencionamos —y no es preciso hacer más— algunas cuestio­ nes colaterales en relación con el tema de la universal voluntad sal­ vadora del Padre manifestada en Cristo: — Cómo esa voluntad, calificada de sincera/operativa, se con­ creta en cada individuo humano, en cada momento de la historia religiosa de cada hombre y de la humanidad, es incognoscible para nosotros. La teología clásica habla, con razón, de los inson­ dables caminos que Dios sigue en la distribución de la gracia, cf. Rom 9.

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