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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 283 Una vez más dejamos esta argumentación y recurso a la proto- logía en su propio tamaño. Tan sólo nos preguntamos si tal recurso a la teología de Adán tiene algo que aportar a una investigación seria sobre el origen histórico, psicológico y sociológico del sistema de propiedad privada. Haciendo un poco de filosofía de la historia y de los hechos culturales, la propuesta de Ockham y otros podría ser leída también en esta doble favorable dirección: a) como pro­ testa por la forma en que la propiedad privada viene siendo ejerci­ da por los humanos. Ya que la humanidad conoció otra situación, «histórica» según se creía, donde las cosas fueron de otra manera; b) como utopía, al propio tiempo, porque, en absoluto, el hombre cristiano, cuya ruina Cristo ha restaurado, podría aspirar a un estilo de vida donde la propiedad privada no fuera necesaria. Puesto que la libido possidendi estaría dominada. 3. EL TRABAJO, IMPUESTO POR DIOS AL HOMBRE CAÍDO Una filosofía del trabajo se ha desarrollado en nuestra cultura occidental sólo a partir de los últimos siglos. Junto a ella, y bajo su impulso, se han puesto en circulación laudables y valiosos ensayos de una ‘teología del trabajo’. En ambos casos, el trabajar se valora, de forma primordial, absorbente como un empeño creador, fecun­ do del hombre en su trato con la naturaleza. Aspecto que era desco­ nocido para el mundo clásico. El trabajo, cuando era tratado por, anti­ guos, lo calificaban (estigmatizaban) como propio de esclavos. Los moralistas cristianos, durante siglos hablaban del trabajo servil Esta realidad humana del trabajo físico, de importancia capital en la historia de la cultura, recibió su peculiar interpretación y valo­ ración por los mantenedores tradicionales del PO. No se encuentran en ellos reflexiones sistemáticas sobre el trabajo. Tampoco existían Ni el piadoso Buenaventura, ni el hipercrítico Ockham se daban cuenta de que su verdadera fuente de información para hacer esta afirmación no era Gn 2-3, sino la tradición humanista, tanto a nivel popular, mítico, como filosófico, en su modo de ensoñar sobre la edad de oro de la humanidad. En ella no circulaban las odiosas palabras «tuyo» y «mío», como recordaba Don Quijote a los cabreros que, embelesa­ dos, le escuchaban. El caballero M. de Cervantes seguía aquí la tradición del huma­ nismo idealista greco-romano.

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