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280 ALEJANDRO DE VILLALMONTE con el mito de la edad de oro, de los prestigiosos y divinales oríge­ nes de la tribu humana. Según el saber mítico de tantas cultu­ ras antiguas, en la primordial edad de oro no existía la propiedad ni las odiosas palabras ‘tuyo’ y ‘mío’. Por tanto, tampoco la autoridad impositiva que dirimiese los enojosos pleitos que la propiedad pri­ vada origina. Así lo explicaba Don Quijote a los cabreros, que, embelesados, le escuchaban. En todo caso no deja de ser alecciona­ dor el hecho de que la célebre «navaja de Ockham», que tantas dolo- rosas incisiones causó en la grandiosa síntesis de la gran Escolásti­ ca, no fuese un poco más crítica en su recurso a la teología de Adán a la hora de fundamentar sus reflexiones sobre el origen y naturale­ za de la autoridad política. En este momento conviene recordar que santo Tomás, tras conocer la Ética y Política de Aristóteles, plantea el tema desde otra perspectiva. Podría profundizarse algo más en el tema; no lo vamos a hacer ahora. Podría decirse, entonces, que este recurso a la protología para explicar el origen y naturaleza de la autoridad política encerraba una secreta o no tan secreta protesta contra el modo abusivo en que tal autoridad viene siendo ejercida en la historia. Sobre todo cuando es ejercida sobre el pueblo cristiano a quien Cristo ha restituido la libertad. Desde otra perspectiva, tal teoría habría brotado a impulso de la utopía cristiana de una autoridad ejercida como servicio frater­ no a los demás hombres l66. Los autores citados como muestra son franciscanos, podría pensarse que en ellos estaba operando la fi­ gura y el idealismo de san Francisco de Asís. Según un dicho de 166 Insistimos en que para Ockham, como para Duns Escoto, la ‘autoridad dominativa’ que existe y debe existir en la historia humana, no es castigo por el PO, sino consecuencia connatural, aunque lamentable, de la situación existencial creada por el PO. La autoridad «ministerial»: autoridad como servicio de unos hombres a otros, que es la forma en la que Jesús quería que ha de ejercerse la autoridad den­ tro de su Comunidad, Le 22, 24-27; Jn 13, 12-17. Es de interés observar que, a lo largo de la historia, cuando la Iglesia se ha mostrado llena de autoritarismo, lo ha hecho apoyándose, en forma más o menos consciente, en el hecho de que el hom­ bre es un ser caído, portador de una naturaleza viciada por el PO. Por ello, necesita mano dura y autoridad dominadora y coercitiva. Que la humanidad tenga necesidad de tal autoridad podría discutirse en varias direcciones. Pero es del todo seguro que tal necesidad no aparece en nuestra historia como castigo divino por el PO. Ni siquiera se ha de admitir que surgiera como consecuencia connatural del mítico pecado de un mítico patriarca de la tribu humana.

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