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270 ALEJANDRO DE VILLALMONTE En este contexto, se daba una interpretación más positiva y plena al dicho: la gracia supone la naturaleza, y la plenifica. Para llegar, por fin al dicho, hoy tan gratamente repetido por la teología católica: a quien hace lo que está en su mano, al que se esfuerza en vivir honradamente según su conciencia, Dios no le niega la gra cia. Es decir, que Dios acepta graciosamente todo acto éticamente ‘honesto’ como digno de la vida eterna. Más allá de lo que la «hon radez» humana pudiera merecer. Bajo el impulso de su gratuita, generosa, libérrima voluntad de salvar a todo hombre. Me parece que lo aceptable en este punto es acudir a la teo ría que se atribuye a Ripalda y Vázquez. En la actual economía de Gracia, todo acto que cualquier hombre pone, que sea ética mente honesto, realizado en conformidad con su conciencia, es aceptado por Dios como grato para la vida eterna. No existen, por tanto, actos meramente «honestos» que, al propio tiempo y la por voluntad salvífica de Dios, no sean también saludables, calificables, desde la perspectiva teológica, como aceptables y aceptados por Dios para la vida eterna. Esta interpretación se vería confirmada y reforzada por la tendencia actual de la teología cató lica que no tiene inconveniente en ver las religiones no cristianas, mientras sean profesadas con recta conciencia, como caminos queridos por Dios para llegar a Cristo. Como una positiva ‘prepa ración para el Evangelio’ 159. Dentro de esta perspectiva pienso que nada tiene que hacer la teoría de la naturaleza viciada por el PO. Sólo pueden hablar de actos éticamente honestos y ‘buenos’ los que admitan que la natura leza permanece sana e íntegra, no obstante el pecado adánico. Si 159 Desde el Vaticano II la teología católica no ha hecho más que afianzarse y avanzar en esta dirección. Ya el Concilio Arausicano daba algún primer paso en esta dirección. Por la fuerza de la naturaleza (per naturae vigorem) no pueden hacer actos que sean validosos, meritorios de vida eterna, pero no niega la posibilidad de actos humanos honestos a nivel de una ética natural filosófica, DS 376-379. Durante la Edad Media era corriente esta distinción, rechazando la idea de que «todas las obras de los infieles sean pecado». El Vaticano II mantiene, sin duda, la doctri na común sobre el PO, pero también manifiesta una actitud abierta y generosa respecto al valor salvífico de la religión (-ética) ‘natural’. Actitud esta última que desacredita a la teoría de la natura viciada, propuesta por los defensores tradicio nales del PO.
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