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32 ALEJANDRO DE VILLALMONTE la Cristiandad occidental. En el siglo xvi los protestantes llevaron al paroxismo esta convicción, especialmente los calvinistas, con su propuesta del horrible doble decreto correlativo de salvación o con­ denación. Impactaron estas ideas a grupos católicos, como bayanos y jansenistas. En todos los casos se reconoce este hecho: las restric­ ciones impuestas a la voluntad salvífica de Dios marchan en sim­ biosis, son correlativas a la dureza con que se cree en la doctrina del PO. Siempre bajo idéntica perspectiva: la raza humana, global­ mente considerada, es una humanidad «caída-corrompida-perdida» por el PO, fuente irrestañable de otros pecados. La figura del inevi­ table, asenderado ‘hombre caído’ (= homo lapsus) de la antropolo­ gía católica occidental, aparece al lado del hombre «totalmente corrompido», según propone la teología protestante ortodoxa. Se cultiva una visión radical e intensamente infralapsaria, hamartiocén- trica, «pecadorista** de la actual historia de salvación, con las conse­ cuencias que iremos viendo en nuestra exposición y que, por lo demás, son demasiado conocidas. En el siglo xvi, la Cristiandad católica descubre el continente ame­ ricano y los demás continentes como un inmenso campo de evange- lización. Al ampliarse el horizonte ecuménico, la eclosión misionera de los mejores «conquistadores», provoca una ampliación generosa, una intensificación del concepto de la voluntad salvífica de Dios. El proceso culmina en la rica e ilimitada visión que de la voluntad salví­ fica ha logrado la teología católica a finales del siglo xx. Nuestra refle­ xión toma como punto de partida esta amplia y fecunda idea de la voluntad salvadora de Dios y hacemos una aplicación concreta al tema del PO. Precisamente, la teoría del PO tuvo un influjo nefasto a la hora de limitar la universalidad real de la voluntad salvífica de Dios. Logró el PO empañar y oscurecer, en forma notable y desagra­ dable, este dogma nuclear de nuestra fe. Vamos a hacer algunas refle­ xiones actuales sobre el mismo. Luego nos preguntaremos si el dogma de la voluntad salvífica de Dios tolera que a su lado se siga diciendo que todo hombre nace en pecado ‘original’. Subrayamos un par de rasgos de esta voluntad salvífica. Recordamos, en primer término, la universalidad omnímoda del designio salvador del Padre, Ef 1, 3-14 y par. No hay motivo para imponer restricciones a esta afirmación de Pablo: Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad, 1 Tim 2, 4. Me parece que la teología antigua tergiversaba y restrin-

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