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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 263 del hombre, de la dignidad humana. Lema de todos los humanis­ mos que han surgido en nuestra cultura occidental desde Grecia hasta hoy mismo. — La idea de un «pecado original»: natural, ligado misteriosa e inseparablemente al proceso de la generación biológica, y que de ese modo, se perpetúa hasta el acabamiento del mundo, les parecía idea absurda, propia exclusivamente de mentalidades arcaicas, triba­ les, primitivas. Si se ha de hablar de pecado, que se hable única­ mente de pecados personales, de los que cada individuo sea cons­ ciente y libre agente responsable. Un pecado «heredado» es un atentado contra la ética más elemental. Tal como la puede percibir una razón humana libre, no ‘esclava’ de nacimiento. Ni esclavizada por imperialismos doctrinarios. Los filósofos de la Ilustración recuperan,sin saberlo, las obje­ ciones que el teólogo Julián de Eclana había propuesto a san Agus­ tín trece siglos antes. Además, la teoría del PO invalidaba el trabajo de los ilustrados en su misma fuente: la curiosidad intelectual insa­ ciable, que no permite al hombre descansar en ningún conocimien­ to adquirido, que lleva siempre de una idea a otra: la curiosidad = curiositas, libidio sciendi que la dogmática teológica y el pietismo prescriben y condenan como soberbia intelectual, se reclama ahora como derecho natural del espíritu humano 153. 153 Ib., p. 29. Se toca aquí un tema de amplísima resonancia histórica y cultu­ ral: la curiosidad/ curiositas, la libido sciendi. Según la mitología/filosofía platónica, las almas que estaban fijas en la contemplación de las inmortales y divinas ideas, por ‘curiosidad’ miraron hacia las cosas de abajo, se enfriaron en la contemplación y cayeron, fueron castigadas a la cárcel del cuerpo, a la inmersión en la materia. En Orígenes, se encuentra también este recurso para explicar la caída: la curiosidad, el deseo y complacencia en conocer lo que es inferior al hombre. También reprue­ ba la curiosidad que inclina a saber con ligereza las cosas inferiores, abandonando la sabiduría que impulsa hacia lo que está arriba, Dios y las cosas vistas desde Dios. Durante la Edad Media la espiritualidad monacal sufrió la tensión y lucha entre el «desiderium Dei» y el «desiderium sciendi». San Bernardo es hombre clásico en la lucha contra la «curiosidad / curiositas/libido sciendi/desiderium sciendi» en cuanto ponía en peligro el deseo de conocer y gustar cuán suave es el Señor. Puede verse la obra de J. L ec ler c q , Initiation aux auteurs monastiques du moyen Age. L’amour des lettres et le désir de Dieux, Paris, Du Cerf, 1956. También San Buenaventura se vio precisado a combatir la libido sciendi, la curiosidad que acometía a las Her­ manos Menores para leer con más asiduidad los libros de la filosofía —que tratan de cosas terrenales— en vez de leer la Escritura y aprender en ella la sabiduría de

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