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262 ALEJANDRO DE VILLALMONTE mayoría de los teólogos católicos. A éstos, el robusto humanismo renacentista, el talante barroco de optimismo y visión triunfal de la existencia cristiana, les libraba de los excesos del agustinismo antiguo y del reciente. Se fijaban los ilustrados, con prevalencia, en la dura figura del PO propuesta por los protestantes. O bien en la forma, lige­ ramente mitigada, por jansenistas y Pascal. Téngase en cuenta que los ilustrados, en general, no eran hu­ manistas tan radicales ni ateos tan decididos como los que hemos conocido posteriormente. En el fondo, defendían ideas básicas de la mejor tradición cristiana, como la de la libertad del hombre cultural­ mente maduro. Si bien lo hacían al margen del estrecho marco que la ortodoxia clerical de las diversas confesiones cristianas quería imponerles. Lo que más hería la sensibilidad de los ilustrados en el tema del PO podría resumirse, siguiendo a Cassirer, en estos puntos: — La teoría del PO en nada contribuye a resolver el problema de la teodicea que a ellos les atormentaba tan vivazmente. Ya se sabe que los cristianos acuden a la doctrina del PO, entre otros moti­ vos, para dar una explicación, ofrecer una etiología sobre la exis­ tencia de ‘tanta miseria’ en la historia humana. Pero, a juicio de los ilustrados, este recurso al PO agrava el duro problema en forma des­ conocida e irritante. Porque, un Dios que por el pecado de un solo hombre, cometido en los nebulosos albores de la historia humana, castiga tan rígida y universalmente a todos sus descendientes, por los siglos de los siglos, se le ofrecía como un Dios en nada confor­ me al Dios del NT. Un Dios difícilmente justificable ante la ética natural que la razón humana puede percibir. Un Dios con rasgos de crueldad: un ‘Deus horribilis’. Especialmente, si, a la miseria terre­ nal, añadimos el castigo de la condenación eterna en que incurriría todo ser humano desde su entrada en la existencia, antes del ejerci­ cio de su libertad. — Les parecía inaguantable la idea de una «libertad esclava» = servum arbitrium que los teólogos cristianos, apoyados en altos principios de su sistema de creencias, les querían inculcar. Sobre todo teniendo a la vista las consecuencias prácticas de tal ideología: el ejercicio del autoritarismo doctrinal y hasta de despotismo inte­ lectual que se les querían imponer en todos los sectores de vida individual y social. Los ilustrados, además de una teodicea, querían ofrecer una «antropodicea»: una defensa decidida de los derechos

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