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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 261 ricos, en los negocios seculares. Incluso podría decirse, desde su perspectiva, que el desmesurado afán de conocer las realidades naturales, es efecto del «curiosidad = curiositas», madre del PO y su hija al mismo tiempo. Para el teólogo y místico de la Cruz, M. Lute- ro lo que interesa anotar es que la imposibilidad y hasta peligrosi­ dad de la razón en temas de teología es atribuida al hecho de la corrupción radical introducida en ella por el PO. Este empeño en inhabilitar a la razón humana en sus posibili­ dades dentro del campo de la religión y de la moral, en la tarea de desvelar el sentido último de la existencia humana, está muy visi­ ble, es básico en B. Pascal. Y también por el mismo motivo: porque la razón está corrompida por el PO. Nada extraño que, en la Euro­ pa dominada por la ortodoxia protestante y por intelectuales de talante jansenista y pascaliano, surgiese un extremismo de signo contrario: la repulsa total de la doctrina del PO emprendida por los ‘ilustrados’. 5. LA ILUSTRACIÓN ‘VERSUS’ PECADO ORIGINAL Desde mediados del siglo xvii, toda Europa, sobre todo Centro- europa, aparece dominada por un progresivo y amplio movimiento doctrinal, cultural y sociopolítico que llamamos Ilustración. La re­ lación de este amplio fenómeno cultural con la doctrina cristiana del PO lo resume, certeramente, el historiador de la filosofía E. Cas- sirer, clásico en el tema: «La idea del pecado original es el enemigo común para com­ batir al cual confluyen las diversas corrientes fundamentales de la filosofía ‘ilustrada’. Hume se coloca al lado del deísmo inglés y Tousseau al lado de Voltaire y la unidad de fin perseguido por la Ilustración parece superar, durante cierto tiempo, todas las dife­ rencias respecto a los medios que se creen conducentes»152. La figura del PO que los ilustrados tenían a la vista no era, al menos en forma destacada, la blanda y un poco desvaída figura de la 152 E. C assirer , Filosofía de la Ilustración, México, Fondo de Cultura Económi­ ca, 1950, pp. 163. Cf. 158-183.

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