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256 ALEJANDRO DE VILLALMONTE El existencialismo filosófico que ha impregnado nuestra cultura durante varias décadas, es un movimiento pluriforme. Tenemos un existencialismo que llamaríamos teológico, porque nace de la teolo­ gía (protestante) y una vez crecido le sirve de soporte y medio de expresión. Pensamos en teólogos tan conocidos como S. Kierkegaard y R. Bultmann. Pues bien, dejando a un lado cualquier referencia dis­ cutible a la Escritura, nominalmente a san Pablo, lo seguro y visible es que tal existencialismo resulta incomprensible, si no se tiene a la vista el pre-supuesto de la doctrina luterana sobre el PO, en su ver­ sión kierkegardiana. Los estudiosos de la filosofía de Hegel señalan insistentes, el hecho de que su inmenso e influyente edificio filosófi­ co está construido, en forma destacada, sobre la base de la teoría lute­ rana del PO, en una versión secularizada y dotada de estatuto metafi­ sico, trascendental. Volveremos sobre el tema. La teología/filosofía de la historia es otra de las zonas de nuestra cultura en la que puede percibirse la mancha del PO. San Agustín es el iniciador insigne y modélico de esta rama del saber humano. El mismo que dota de configuración, tamaño y densidad a la teoría del PO. Pues bien, es claro que la teología de la historia desarrollada en La Ciudad de Dios tiene como uno de sus ejes la fuerza del PO. El pecado de Adán, convertido en «pecado permanente» a lo largo de la historia, ini­ cia y mantiene el egoísmo radical, que ha creado de la ciudad de los hombres. Esta impostación hamartiocéntrica de la teología/filosofía de la historia, es bastante clara y cargada de consecuencias. En este contexto será pertinente e ilustrador un texto del filó­ sofo R. G. Collingwood. Dice él que el Cristianismo «echó por la borda dos nociones capitales de la historiografía greco-romana, a saber: 1) la idea optimista de la naturaleza humana; 2) la idea subs- tancialista de entidades eternas...». Lo primero lo realizó mediante la idea agustiniana del pecado original. Del cual son inseparables —como hemos comentado nosotros— la idea de la libertad degene­ rada, convertida de señora en sierva y la convicción de la invenci­ ble, remanente concupiscencia que domina el comportamiento humano en la historia, frente a la omnipotencia de la Gracia. Visto así, el hombre y su historia se tornan en campo de batalla de dos dante documentación en los libros de J. Delumeau, que utilizaremos más abajo. De gran interés para la espiritualidad, la pastoral y la cultura en general.

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