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248 ALEJANDRO DE VILLALMONTE humanos. Al contrario, el crimen de la crucifixión de Jesús, median­ te un impulso dialéctico dirigido por Dios, lo que desencadenó fue la sobreabundancia de la Gracia de Dios sobre los pecadores. El PO «originado» afectaba/era propio de cada hombre tomados uno a uno y en forma real, no meramente simbólica. Como digo, la crucifi­ xión/asesinato de Jesús, teñe carácter de pecado «prototípico, para- digmático-emblemático»: simboliza el máximo de los pecados hu­ manos: el asesinato del hermano. Con esto queremos señalar que, en referencia a la violencia, la irascible puede constituir el ‘peca­ do originario» de la humanidad, con tanto o mayor motivo que el viejo PO, a quien presentan como inseparable de la concupiscible (concupiscencia). La irascible puede aspirar a compartir este oscuro privilegio con la concupiscible. Génesis 2-7 describe la aparición temprana del pecado en la especie humana. En cuadros sinópticos se ofrecen tres tipos de pecados que cifrarán en sí las formas más comunes del pecar humano: el pecado de Adán, el pecado de Caín, el pecado de los prediluvianos. El relato termina hablando de la Alianza salvadora de Yahvé con la nueva humanidad surgida de la purificación del diluvio. Nos interesa fijar la atención en este pecado prototípico, paradigmático: el asesinato del hermano por Caín. Siguiendo esta línea de violencia, es como puede decirse que la crucifixión de Jesús de Nazaret, el Hermano mayor, el Primogénito entre los her­ manos, es el pecado por excelencia, pecado que cada uno reitera cuando hace violencia a los hermanos 142. De aquí deducimos esta doble conclusión: 142 X. P ik a za , Antropología bíblica. Del árbol del juicio al árbol de pascua , Salamanca, Sígueme, 1919, pp. 339-441, dedica un largo capítulo a estudiar «violen­ cia humana y pecado original: asesinato de Jesús». El asesinato de Jesús sí es de ver­ dad «el pecado central de la historia: lugar en que los hombres cometieron su cri­ men más intenso», 341. Pero sólo con un abuso de terminología —y posible confusión de ideas— se le puede llamar «pecado original y originario en sentido más preciso de ese término» (ib.). Según se explica en el texto, la crucifixión de Jesús es el pecado «paradigmático-prototípico-emblemático» de la humanidad ente­ ra. Pero nunca puede ser llamado «pecado original», ni originante ni originado. La inmensidad de este pecado no viene de su entidad empírica, de su mera secuen­ cia y realización histórica en tiempo y espacio, sino del contenido simbólico y salví- fico dado por Dios al hecho histórico: acontecimiento originante, provocador de Gracia sobreabundante.

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