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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 243 6. Y POR EL PECADO, LA MUERTE, Rm 5, 12 Si, en perspectiva espiritual, la dura necesidad de pecar es la más fatídica consecuencia del PO, en el orden físico toda la miseria humana se sintetiza en «la certeza de tener que morir», como dice la Liturgia. Parece ocioso aducir testimonios sobre el hecho de que la Igle­ sia cristiana desde el principio, durante siglos y hasta hoy mismo, ha creído y proclamado con solemnidad que la muerte corporal que sufren todos los humanos es castigo de Dios por motivo del PO. El concilio de Cartago (a. 418), bajo la presencia e influencia del obis­ po de Hipona, declaró solemne: «Si alguno dijere que el primer hom­ bre Adán, fue formado mortal, de suerte que tanto si pecaba como si no pecaba tenía que morir en el cuerpo, es decir, que saldría del cuerpo no por castigo del pecado, sino por necesidad de la natura­ leza, sea anatema», DS 222. Es históricamente seguro que los Padres de Cartago y Orange creían y mandaban creer que la muerte corporal, la que cada día sufren los hombres, es castigo divino por el pecado del protoparen- te, perpetuado en cada hombre. Los teólogos y Padres de Trento, en el siglo xvi, nada habían avanzado en este tema, aunque sean más sobrios al hablar. Sin embargo, me parece que, a nivel de la ciencia teológica, podría tacharse de pérdida de tiempo el detener­ se en refutar semejante afirmación 139. A nivel pastoral y de comuni­ cación del Mensaje cristiano para el hombre actual, decirle que la muerte corporal le ocurre como castigo divino por el pecado del primer «homo sapiens», recién emergido de la animalidad, sería exponer el Mensaje a la irrisión de los oyentes. Todo el saber huma­ no que los hombres de comienzos del siglo xxi pueden manejar, está frontalmente en contra de semejante etiología de la necesidad y dolor de la muerte. Y, lo que es más grave, y directamente ofensi­ vo para nuestra fe, tal explicación pone en entredicho la bondad de 139 Los neoescolásticos, tan cuidadosos de las calificaciones teológicas, a esta proposición «Adán, antes del pecado, estaba dotado de inmortalidad» le concedían la categoría de verdad, «de fe divina y católica definida». Es decir, la máxima seguridad dogmática. J. M. D almau - J. F. S agües , Sacrae Theologiae Summa, t. II, Madrid, BAC, 1955, pp. 820. ¿Será posible mantener hoy día esta altísima calificación teológica?

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