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240 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Sobre la relación entre el matrimonio y la virginidad en el hom­ bre paradisíaco y en el hombre caído, se encontrarán textos curiosos en los estudios citados. Entre ellos es significativo un texto de san Bue­ naventura y otros teólogos de la época. Él, como religioso, magnifica­ ba las excelencias de la virginidad. Ésta es más excelente que el matri­ monio en el hombre caído y sólo en él, no en el estado original. Porque el hombre caído se decide a elegir la continencia en lugar del matrimonio con la finalidad de dominar la desenfrenada, viciada con­ cupiscencia sexual. Desenfreno que no hubiera tenido lugar en el esta­ do de integridad paradisíaca. En él instituyó Dios el matrimonio como sacramento, el único en aquel estado. Significaba y realizaba la unión y el amor de caridad entre el varón y la mujer. Pero, sobre, todo signi­ ficaba el amor esponsal entre Dios y el alma. Y ello de modo más expresivo que el estado de virginidad que pueda abrazar el hombre caído. Porque sobre el significado antropológico indicado, tendría un contenido «teológico» más directo y explícito. D) L a desvalo rización d e la m ujer DESDE LA CREENCIA EN EL PECADO ORIGINAL Lo primero que ocurre decir bajo este epígrafe es que la desva­ lorización, marginación y hasta la positiva opresión de la mujer es un fenómeno histórico de proporciones universales. La sociedad actual lo ha estudiado con viveza y amplitud antes desconocidos. Dejamos sin tocar otras vertientes del problema. Nos ceñimos a mencionar aquello que a un teólogo le puede interesar y aún moles­ tar profesionalmente: descubrir los motivos de índole religiosa (pseudoreligiosa) aducidos, durante siglos, por la Comunidad cris­ tiana para colaborar en esa universal, lamentable empresa. Concre­ tando más, tenemos que ceñirnos a indicar algún dato sobre el in­ flujo que la creencia en el PO ha tenido en aquella marginación secular. Parece claro que los clásicos mantenedores de la teoría del PO podríamos calificarlos como ‘colaboracionistas’ —involunta­ rios, pero reales— en los brotes de misogenia de los que no se ha visto inmune la sociedad cristiana. Pienso que no hay dificultad en admitir que nuestra cultura occidental cristiana, y en cuanto cristiana, ha marginado a la mujer notablemente menos que otras religiones y culturas. Los motivos

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