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238 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Los moralistas católicos actuales escasamente reconocerán a hombres de su profesión en estos sofisticados e imaginativos razo­ namientos sobre la sexualidad y el matrimonio. Incluso los que, por diversos motivos, siguen creyendo en el ‘dogma’ del PO. Hemos hecho esta divagación histórica como una muestra más de cómo la m an ch a del PO ha llegado hasta los más lejanos confines de la moral y de la religiosidad cristiana durante siglos. Los que todavía mantienen esta creencia como algo precioso, tomen conciencia de las oscuras huellas que ella ha dejado a su paso por los siglos: Ves­ tiría terrrent!, como dice la fábula. B ) La s e x u a lid a d m a trim o n ia l Dado que la tendencia y apetencia sexual entre varón y mujer son fuerzas de primera importancia dentro del fenómeno global del matrimonio, era de esperar que éste fuese afectado por las ideas que, sobre la sexualidad en general, mantenían los defenso­ res del PO. Según se ha leído tradicionalmente, Gn 2-3, Dios habría establecido el matrimonio entre Adán y Eva para mutua ayuda. Nominalmente en orden a la propagación de la especie humana. En aquel estado, la sexualidad matrimonial sería ejercida con abso­ luta y feliz hegemonía del espíritu sobre el cuerpo. Tras la caída, aquel dominio señorial y luminoso se perdió. En adelante, el ejer­ cicio de la sexualidad, incluida la ejercida dentro del matrimonio, surge desenfrenada, viciosa, corrupta como fruto de una natura corrupta y castigada por Dios. El matrimonio del hombre ‘caído’ adquiere una finalidad antes desconocida: ser remedio contra la corrupta concupiscencia. Tolerado siempre y hasta alabado y reco­ mendado para fines superiores: multiplicar los miembros del pue­ blo de Dios en el AT, llenar el número de los predestinados. Si bien el ejercicio no regido por la razón y la piedad daría origen a la multitud enorme de seres humanos que irían a la perdición, como masa de pecado. Dentro de esta mentalidad ambiental, es comprensible que numerosos cristianos o paracristianos llevasen el pesimismo sexual hasta prohibir o, al menos censurar, cualquier ejercicio de la sexua­ lidad ordenada a propagar la desgraciada raza humana. Tales, los movimientos encratitas, maniqueos, gnósticos, cátaros. Propagar el género humano sería una actividad malvada, ya que mediante el

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