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236 ALEJANDRO DE VILLALMONTE de Gn 2-3. En realidad, se trataba de un ejercicio de aculturación de viejos mitos ancestrales que hablaban de la indiferenciación sexual de los originarios seres humanos. Hasta el sublime Platón imagina­ ba al Hombre = Anthropos primero como un ser andrógino, llevan­ do en su persona la perfección plena —lo masculino y lo femeni­ no— del ser humano. La división de sexos la realizó Zeus en un momento posterior. Así explica el filósofo la mutua, fuerte atracción y evos que ambos sexos sienten el uno respecto del otro. Busca cada uno la media naranja, como sigue diciendo la mitología popular. Los teólogos cristianos condescendían con estas figuraciones mitológicas, no carentes de belleza artística en su presentación. Pro­ yectaban estas figuraciones sobre el Adán del Génesis para presentar­ lo como el varón/ser humano cumplido en toda perfección humana. En un primer momento, en el que estaba sólo (solitario = monajós/ monje), Adán era modelo de la perfecta contemplación de la cual no le distraía ni siquiera el trato con la mujer que más tarde Dios le sacó del costado. La división de los sexos, aunque realizada por Dios, por la fuerza inmanente de los hechos, de la realidad objetiva, no pudo menos de significar un plano inclinado hacia la actual lamentable situación del hombre caído, en todo lo que a la sexualidad se refiere. Muchos pensaban que el pecado primero, la caída de Adán-Eva estu­ vo en conexión con el ejercicio indebido de la sexualidad. Por ejem­ plo, nuestra madre Eva ante el ejercicio de la maternidad que obser­ vaba en los animales, habría sentido surgir en sí misma viscerales impulsos hacia la maternidad. Ella habría seducido a su esposo para mantener relaciones matrimoniales prematuras, antes del tiempo establecido por Dios. Por ello, se le hacía la responsable principal de la caída. Mientras Adán vacaba a la oración, Eva se apartó de él. Al verla lejos del varón, y sin su protección, la serpiente habría apro­ vechado la oportunidad para seducirla, incluso sexualmente. Eva habría impulsado a su hombre hacia el uso de la sexualidad prematu­ ra y, con ello, hacia la caída. Tal creencia se encuentra claramente expresada en Ireneo de Lyon y en Clemente de Alejandría. Pasadas estas divagaciones imaginativas de ciertos escritores cristianos primitivos, bajo la dirección del propio Agustín y no obs­ tante sus firmes convicciones sobre el PO, se llegó a posturas más equilibradas en referencia a la vida sexual en general y sobre la pro­ creación en particular. Agustín veía normal y querida por Dios la

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