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232 ALEJANDRO DE VILLALMONTE vación puesta en marcha en el paraíso. Esta distinción es un recur so polémico de Agustín frente a la idea optimista de los pela- gianos sobre la concupiscencia, a la que reconocían como un don de Dios, connaturalmente buena e incorrupta. Agustín res ponde: de acuerdo, pero, / eso era antes!... En el estado de santi dad y justicia originaria. Ahora, por justo castigo de Dios, la li bido está viciada, al modo dicho. En la actual situación de la teología cristiana esta distinción carece de sentido. No ha existido Adán ni el estado de santidad original, ni su vida pasional santa e inmaculada. No conocemos más que una historia de salvación: la actual, que es también la única. Al no existir la caída original, no hay motivo para distinguir una doble economía: la paradisíaca que habría caducado, y la postlapsaria, la que se habría puesto en marcha por la providencia de Dios tras el pecado de Adán. En este problema, carecé de sentido distinguir un «entonces» y de un «ahora» de la vida pasional humana. En consecuencia, es falsa la fórmula que anduvo rodada duran te siglos: la concupiscencia es hija del pecado y madre del pecado. La libido sexual que ahora siente el común de los humanos no está congènitamente viciada/corrupta: es normal, connaturalmente sana, íntegra, inocente, si vale la aplicación de este calificativo moral. Las anormalidades y vicios de la sexualidad humana ocurren cada día. Pero se debe hablar de ellas cuando lo señale la ciencia médica o la psicología. No cuando lo determine a priori, bajo influjo de pre juicios dogmáticos y dogmatizantes, la pericia de los teólogos, dis cutible en este punto. Los discursos de ellos sí que han estado vicia dos por prejuicios atávicos, ancestrales en esta materia. Siempre bajo la influencia de la teoría del PO y para mantener su presencia y acti vidad en la historia humana. Todo ser humano disfruta de una vida pasional, de una sexualidad normal, connaturalmente buena, no viciada; don posi tivo y benéfico del Creador. Si la experiencia detecta desenfrenos, exigencias exorbitantes, invencibles de la libido, ello puede ocu rrir, a veces, por efecto del pecado. Pero del pecado personal de cada individuo. Las anormalidades o vicios de la libido serán siem pre coyunturales, advenientes. Y si la ciencia habla de deprava ciones congénitas de la vida pasional humana, ellas deberán ser calificadas según los informes de la ciencia. No recurrir a la arbi-
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