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224 ALEJANDRO DE VILLALMONTE roso y esforzado de la andante caballería podría reparar. Agradeci­ do Don Quijote por la hospitalidad y buena comida que de los sen­ cillos cabreros había recibido, «tomó un puño de bellotas en la mano y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones: «Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aque­ lla venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aque­ lla santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les esta­ ban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquier mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo... Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las piadosas entrañas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían... No había fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del desfa­ vor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y per­ siguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendi­ miento del juez, porque entonces no había que juzgar ni quien fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad, como tengo dicho, andaban por doquiera, solas y señoras, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento les menoscabasen«127. El discurso de D. Quijote sobre la «edad de oro» y la narración genesíaca sobre el jardín del Edén pertenece a similar género litera­ rio del mito, del símbolo, de la figuración poética. En la Biblia se trata de una catequesis ordenada a la educación religiosa de la humanidad. La sencilla narración del Génesis, dentro de su sentido 127 Miguel de C ervantes , Don Quijote de la Mancha, I, cap. 11.

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