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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 223 teología d e Adán c a e p o r tierra y con ella la teología del PO, a l menos en su presentación clásica y constante durante qu ince siglos. Muchos no se han dado cuenta de que la desmitificación del pa raíso genesíaco originario comenzó ya en la misma Biblia. Según los profetas del AT el paraíso que Dios promete a su pueblo, y a toda la humanidad, no se le ofrece como un retorno al paraíso disfrutado en los orígenes y ahora perdido y añorado. Para los profetas y luego para los cristianos el paraíso está —debería estar— delante de noso tros, en un futuro siempre mayor, en la utopía que se busca y nunca se alcanzará 126. La añoranza de un ‘paraíso perdido’, ubicado en los divinales y prestigiosos orígenes de la tribu humana, hay que darla por definitivamente perdida, incluso desde el punto de vista de la his toria y de la cultura profana. La visión evolutiva, dinámica, procesual de la historia y hasta de las realidades cósmicas ha destruido el mito del paraíso originario. El cual se fundaba sobre una visión estática, inmovilista de la historia y del acontecer cósmico. Según ella, todo este proceso estaba sujeto a la ley del eterno retorno. Hasta el metafi sico Aristóteles se dejó decir que otra vez tendría lugar la guerra de Troya, dentro de ese movimiento circular de los seres todos. La Biblia tiene una experiencia y visión linear progresiva y ascendente del tiempo y del acontecer cósmico e histórico. La visión evolutiva, dinámica, procesual a que hemos aludido y en la que estamos instalados, es una secularización de aquella idea bíblica. Por eso, hablar hoy a la gente de un «paraíso perdido», de la tierra convertida en lugar de «destierro» para los hijos de Adán resulta ina ceptable. A menos que expresamente se diga por el hablante quiere utilizar el lenguaje del símbolo y a sabiendas de que está narrando un mito con finalidad didáctica religiosa específica. En este plano y como un ligero y merecido descanso: una requ ies an im i, reproducimos el texto de M. de Cervantes transido por la añoranza del paraíso perdido, de la «edad de oro» de la huma nidad. Pérdida que, si quisiera sea en parte, sólo el ejercicio gene- 126 El mito del «paraíso», en su especificidad bíblica, hay que interpretarlo no como algo que hemos perdido los humanos, sino como algo que todavía-no hemos alcanzado. El pecado no nos expulsa del paraíso, nos impide llegar a él. El símbolo tiene un sentido profètico, escatològico. Parece hoy día interpretación común. Ver varios testimonios en A. d e V illalm o nte , El pecado original. Veinticinco años de con troversia, especialmente 249-257.
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