PS_NyG_1999v046n001p0007_0353

218 ALEJANDRO DE VILLALMONTE nacer? Me parece imposible y hasta absurdo. Por que la fuerza del pecado del mundo (o similares fuerzas pecaminosas) afecta exclusi­ vamente a la conducta del hombre adulto, en forma de tentación, seducción, impulsión hacia el mal. Las estructuras pecaminosas de diversa índole obran en cada hombre por vía de conocimiento y amor, en cuanto son conocidas y amadas. Si bien hay que recono­ cer que las formas de conocer y de amar, y las impulsiones que cada uno recibe de las estructuras se produzcan de mil maneras. Pero lo que es seguro es que las estructuras, el pecado del mundo y simila­ res fuerzas malignas, no tienen poder para constituir en situación teologal de pecado a un hombre en el seno materno. Podría conce­ derse que las estructuras pecaminosas puedan crear en el hombre adulto la «dura necesidad de pecar». No en el sentido en que lo pro­ ponía Agustín, sino en el sentido evangélico: es necesario que haya escándalos. Pero no se comprende que el pecado del mundo cree, en el nasciturus, la dura necesidad de pecar, por una parte, y, por otra, le prive (o impida en él) la acción de la Gracia de Dios y lo ponga en situación de muerte espiritual, como exigía la tradicional teoría del PO. Por mucho que se diga que la fuerza del pecado del mundo, de las estructuras acosan, sitian y sitúan existencialmente al hombre, sigue en pie la repugnancia de la razón ilustrada por la fe a admitir que un individuo humano sea real y objetivamente califi­ cado de pecador, que nazca en muerte espiritual independientemen­ te y con anterioridad al ejercicio de su voluntad. No se nos ha acla­ rado nada del ‘misterio’ del PO tal como lo proponía la teología tradicional. Su inconsistencia la hemos comentado ampliamente. Muchos de los que proponen la figura del pecado del mundo, tienen, al parecer, esta intención bastante perceptible: para explicar la sobreabundancia del pecar humano, su universalidad y su radica- lidad, dejemos de hablar del viejo, problematizado y avejentado PO y expliquemos el hecho, tan importante en la moral y pastoral, recu­ rriendo al pecado del mundo, pecado social, estructural. Me parece una propuesta correcta y aceptable referida a los adultos, objeto de la preocupación pastoral. Pero ya se ve que en esta propuesta el tema de la situación teologal del recién llegado a la existencia es marginado como irrelevante. También esta afirmación me parece del todo asumible, a tenor de lo explicado en páginas anteriores. Si bien nosotros dábamos un paso más y, como conclusión teológica,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz