PS_NyG_1999v046n001p0007_0353

216 ALEJANDRO DE VILLALMONTE 5. EL PECADO ORIGINAL Y SUS SUCESORES EN LA ACTUAL HAMARTIOLOGÍA CATÓLICA En los últimos decenios la ya exuberante hamartiología católica se ha enriquecido con la aparición y cultivo de nuevas figuras: el pecado del mundo, el pecado social, el pecado colectivo, el peca­ do estructural. Se habla de la atmósfera de pecado que envuelve y atosiga a cada individuo humano: de un existencial de perdición que, desde el seno materno, «sitúa» pecaminosamente el actuar de cada hombre. Con todas estas designaciones se quiere profundizar en el misterio del pecar que acompaña al ejercicio de la liber­ tad humana. En forma directa la libertad del adulto, pero la figura del PO aporta una sobrecarga de misteriosidad: proclama —por refe­ rirnos a lo sustantivo— que cada individuo, al iniciar la existencia, antes del ejercicio de su personal libertad, se encuentra —ya en situación de pecado (muerte del alma, bajo la ira de Dios). Para el obispo de Hipona esto equivale a decir que, ya desde el seno materno, el ser humano está sometido a la dura necesidad de pecar. Los pelagianos proponían que no hay otra necesidad de pecar que la impone la costumbre = consuetudo peccandi, que no es livia­ na. Los hodiernos cultivadores del pecado del mundo y similares figu­ ras, se encuentran —aunque no lo intentan expresamente— en la línea de la hamartiología pelagiana. Con estos matices: en vez de fijarse en costumbre como algo que le ocurre sólo al individuo, subrayan la dimensión social/comunitaria de la misma; en el influjo de factores histórico-culturales y hereditarios del más amplio espectro. Diríamos que hablan de ‘costumbres sociales’, cuando los pelagianos hablan de la costumbre que cada individuo puede contraer. Insisten, asimismo, en la hondura con que estos factores condicionan la libertad de cada individuo. Debido, sin duda, a que ellos cultivan con peculiar interés la dimensión existencial, pastoral del pecar humano. Me fijo en la figura del ‘pecado del mundo’, puesta en circula­ ción, sobre todo por P. Schoonenberg, y que ha sido bien recibida por otros teólogos, especialmente por los preocupados por la dimensión pastoral y kerigmática del problema 124. 124 Los principales autores que trabajan en esta dirección han sido estudiados en otra ocasión, enmarcando sus trabajos dentro de la vivaz controversia que desde

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz