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C apítulo n BUSQUEMOS UN ADECUADO PUNTO DE PARTIDA A tenor de lo indicado, cualquier afirmación sobre la situación teologal del hombre al entrar en la existencia, por su propio peso inter­ no, por su contenido específico, no podrá aspirar a ser más que una modesta afirmación secundaria, marginal, deducida, como conclusión de principios más altos y firmes de nuestra fe. Desde ellos hay que partir para decir algo serio sobre la situación teologal de niños y adul­ tos, sea de pecado, sea de gracia. Nominalmente para seguir mante­ niendo la atrevida afirmación de que alguien nace en pecado. 1. HAY QUE EMPEZAR DESDE CRISTO Por mi parte, también en el problema que nos ocupa, creo perti­ nente seguir el consejo/consigna que san Buenaventura da a todo investigador teológico: Incipiendum est a Christo! = hay que comen­ zar por Cristo 13. Que se vea claro que Él tiene el primado de todo, Col 1, 18: en la realidad objetiva de las cosas y en el pensar del teólo­ go. Incluso cuando éste se decida a hablar del oscuro e inefable PO. El misterio de Cristo debe ser el punto de partida, de referencia sostenida en toda reflexión creyente sobre el misterio del hombre, en cualquiera de sus vertientes de gracia o pecado, y en cualquiera de sus momentos —de niñez o adultez— en que haya de ser con­ templado. Recordamos aquí las conocidas palabras del Vaticano II: «el misterio del hombre sólo en el misterio del Verbo encarnado puede ser plenamente esclarecido »14. 13 Collat. in Hexaemeron 1, n. 10, ed. Quaracchi, V, 330s. Este cristocentrismo lo pide el Doctor Seráfico frente a una filosofía que pretendía no sólo la perfecta separación y autonomía respecto de la teología, sino que aspiraba a ser superior: así lo decían los humanistas extremos de la época, los llamados averroístas latinos. Con mavor motivo habría que seguir esta consigna al tratar cualquier problema teológico: var desde Cristo! i i Gaudium et Spes, 22. Y añade: «nada extraño, pues, que todas las verdades (acerca del hombre) hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su coro­ na». También, pensamos, lo que haya de verdad en la doctrina del PO que, a juicio del concilio, afecta a toda la humanidad.

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