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210 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Utiliza también Agustín uno que llamaríamos argumento ad homi- nem, basado en las convicciones del propio adversario. No tienen inconveniente los pelagianos en admitir el dicho común de que «la costumbre es una segunda naturaleza». Es decir, crea una sobrevenien­ te necesidad en el consuetudinario. Más aún, los pelagianos frente a la tesis agustiniana que explicaba la sobreabundancia de pecados y males en la sociedad como fruto de una ‘naturaleza’ corrompida, ellos ape­ lan a la costumbre (consuetudo) como fuente de los pecados sociales e individuales. Y todos convenimos, arguye Agustín en que la ‘necesi­ dad’ que la costumbre imprime a la voluntad del consuetudinario no le exime de responsabilidad y de libertad suficiente para pecar. Por tanto, no hay oposición entre necesidad-libertad. Libertad esclava no quiere decir libertad nula. Existe libertad verdadera, pero ‘esclava’. Como es usual en él, el Doctor de Hipona eleva la discusión al más alto nivel teológico-metafísico. En Dios y en los bienaventura­ dos coexiste la necesidad y la libertad en el amor al Bien infinito. Dios posee perfectísima libertad, a pesar o precisamente porque se ama necesariamente. No tiene indiferencia activa para dejar de amar­ se. En Dios y en los bienaventurados existe la feliz necesidad (beata necessitas) de amar al sumo Bien. Lo único que excluye la libertad es la violencia y la forzosidad impuesta desde fuera. No la necesi­ dad que brota de la naturaleza misma del agente que decimos libre, puesto frente al Bien infinito 122. para el hombre. Los pelagianos tenían a su favor la opinión de los moralistas estoi­ cos sintetizada en estas palabras del historiador Suetonio: «Sin razón, dice, se queja el género humano de su propia naturaleza (falso quaeritur de natura sua genus humanum), atribuyendo a la naturaleza o al azar la corrupción moral y política». No es así. «La verdad es que el alma humana es rectora y dominadora de la vida de los mortales... Se acusa de debilidad a la naturaleza: los que así obran transfieren a las circunstancias su propia culpa», Jugurta, pról. Según la teoría del PO, la naturale­ za humana está interna y congénitamente corrompida, viciada. No la que salió de las manos de Dios, sino la que quedó corrompida por obra del primer hombre. Aquí se cifra la siniestra misteriosidad del PO. En que, por una insondable decisión divi­ na, desconcertante para nuestra inteligencia, «la persona corrompe a la naturaleza, y la naturaleza corrompe a la persona». Por mi parte, pienso que, si tal ocurriese, sería no por decisión de Dios, sino por decisión de ciertos teólogos y para servicio de sus intereses profesionales. 122 Dios tiene libertad perfectísima y precisamente por eso no puede pecar, C. Jul. op. imperf. V, 31, 38; «gran felicidad es ésta de gozar de esta necesidad»,

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