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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 205 de los hombres todos, para el bien y para el mal. Por desgracia aconteció el mal: todos pecaron en él y con él. Las explicaciones en sí mismas cada una me parece arbitraria. Quien no tenga una mentalidad muy primitiva y muy platónica no puede acomodarse a ver condensados en un primordial padre a todos los millones de seres humanos por los siglos. Sobre todo a un teólogo del siglo xxi a quien suponemos razonablemente impregna do de la mentalidad evolucionista, de una visión dinámica y proce- sual del acontecer cósmico e histórico. Desde el momento en la teo logía de Adán ha caído irremediablemente por tierra, la viabilidad de aquellas teorías, han perdido todo apoyo. Incluso las podemos ver como positivamente contrarias a lo que hoy sabemos en el campo de la biología, de la filosofía, de la ética racional contempla da a la luz de la palabra de Dios. D ) E l P ec a d o o rig in al com o ‘ c a stig o ’ d ivino po r el pec a d o d e A dán La convicción de que el PO existente en cada ser humano que llega a este mundo —y que sigue operando durante toda la vida— se deba a un castigo divino por el pecado del protoparente, por el «viejo pecado», es explícita y recurrente en el empeño agustiniano por perfilar y defender de objeciones la figura del PO. Hay que distinguir, dice Agustín, estas tres cosas: el pecado, el castigo del pecado y el que es ambas cosas, pecado y castigo del pecado. «Pertenece el pecado original al tercer género, puesto que es pecado y también castigo del pecado; existe en los niños que nacen en este mundo, pero sólo aparece cuando empiezan a crecer... El ori gen de ese pecado viene de la voluntad de un pecador: «Existió Adán y en él estábamos todos, en Adán y en él perecimos todos» (Ambro sio) 118. La primera impresión producida por esta atrevida figura agusti- niana no deja de ser inquietante, ¿no compromete peligrosamente la bondad inagotable de Dios el compasivo, el misericordioso? Un Dios que castiga un pecado con otro pecado, ¿no sería un Dios demasiado 118 C. Jul op. imperf. I, 47; ib., VI, 17. Agustín se cree respaldado por la Escri tura cuando dice que Dios castiga en los hijos el pecado de los padres. Lo cual se cumple cabalmente en el recién nacido en PO, Deut. 5, 9, 1. cit. V, 2 III, 15 s., 30, 39, 52-61.
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