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200 ALEJANDRO DE V1LLALMONTE ¡Sólo en la voluntad hay pecado! Pero luego cambia de rumbo y somete a revisión/retractación su primera opinión 112. El cambio fue progresivo, acompasado a la aparición y robus­ tecimiento en él de la idea del PO. En los relatos de las Confesiones tenemos la descripción de las experiencias que dieron base a la teo­ rización que aparece en la controversia antipelagiana. Agustín vivió en sí mismo la tensión entre forzosidad y libertad, en doble di­ mensión: por una parte su voluntad se afirma frente a la fatalidad impuesta por fuerzas externas, como los astros a cuyo influjo apela­ ba la moral popular pagana. Ni tampoco la materia corporal, no obs­ tante su conocido dualismo antropológico, imponía necesidad a la voluntad. La tensión necesidad-libertad brota, según experimenta y proclama Agustín, de lo más hondo de su espíritu. Siente la lucha y contrariedad entre dos voluntades que guerrean entre sí m . 112 Para rechazar la teoría platónica de una caída ocurrida en la preexistencia y repudiar el maniqueísmo, el primer Agustín es reiterativo en afirmar que no hay pecado más que en la voluntad personal. «Jamás hay pecado sino en la voluntad». De duabu s anim . C. maniq. 10.12; PL 42, 103- * Hasta tal punto el p eca d o es un mal voluntario, que en modo alguno sería pecado si no fu ese voluntario. Esta afir­ mación es tan evidente que sobre ella están de acuerdo los pocos sabios y la turba d e ignorantes. Por lo cual, o h a d e negarse qu e se com etan pecados, o hay que decir que los comete la v o lu n t a d D e vera relig., cap. 14; PL 34, 133. Afirmación reiterada en De Lib. Arb., Lib. 3; PL 32, 1270-1310. Aquí insiste en hacer ver que la necesidad excluye del todo la voluntariedad. Incluso en la polémica antipelagiana mantiene la voluntariedad consustancial al pecado. Había definido la libertad como «la voluntad de aceptar lo que la justicia prohíbe, y de lo que libremente podría abs­ tenerse», de Duab. Anim C. Man. XI, 15; PL 42, 103. Idea que se repite en C. Jul. op. imperf. V, 28 s.; V I, 117; 11,17; II, 38. Pero allí mismo comienzan sus matizacio- nes y retractaciones: esa definición de pecado se cumple únicamente en la voluntad incorrupta, íntegra del primer hombre. Respecto a la voluntad y al pecado del hom­ bre caído hay que atenerse a las palabras de Pablo: «si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien tal hace sino el pecado que habita en mí», Retract. X V , 2; 3-4; PL 32, 608-609. Entra en escena la idea de la ‘libertad esclava’ que ya conocemos, y de la ‘dura necesidad de pecar’ que acosa al hombre histórico, en opinión de Agustín. Sea de ello lo que fuere, resulta del todo inaceptable para la teología actual el recur­ so a la teología de Adán para señalar en ella la etiología, el origen de tal situación. Más textos y comentario en A. de V illalmonte , El p eca d o original en la polém ica Agustín-Juliano, citado en nota 23. 113 Señalamos algunos textos de las Confesiones, IV, c. 3, 4; V, 10, 18; EX, c. 4, 9; VI, c. 12, 2; VII, c. 3, 5; VII, c. 15, 22; VIII, c. 5, 10; VIII, c. 8, 19; c. 9, 21-22.24; c. 11, 21; IX, c. 1, 1. Ver P. R ig by , Original Sin in Augustine’s Confessions, Ottawa, University Press, 1987.

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