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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 191 dos con la verdad y salvada la reverencia «al máximo maestro de la teología cristiana, Agustín» (san Buenaventura) hay que decir que los anónimos transeúntes de las calles de Cartago, al hablar del motivo para bautizar a sus niños, iban bien orientados. Porque el motivo primero, necesario, que no puede faltar, es el de bautizar a los niños «para que sean santificados en Cristo». Y los que nacie­ ron buenos sean hecho mejores por la incorporación a la Iglesia. Es probable que los aludidos transeúntes estuviesen tocados de ideas pelagianas. En cuyo caso, habría que purificar sus expresio­ nes y matizarlas. Porque los niños, en nuestra opinión, nacen ya incorporados a Cristo como Sacramento trascendente, radical de salvación y, en este sentido, en estado de Gracia originaria/inicial. Pero, aunque ellos nacen ya ‘santificados en Cristo’, será indispen­ sable bautizarlos, si queremos que intensifiquen la santificación con- secratoria, propia de los miembros de la Comunidad de salvación, la que confiere la Iglesia como sacramento visible de salvación. Y me­ diante ella, intensifican la incorporación a Cristo y la presencia en ellos del Espíritu, iniciada desde su entrada en nuestra historia y en nuestra economía de salvación. Dicho esto, hay que añadir que debemos dar satisfacción a la vertiente hamartiológica, liberadora del pecado, que siguiere la fór­ mula bautismal tradicional que comentamos. En efecto, nuestro lenguaje religioso necesita reforzar el con­ cepto positivo de «santidad» con referencia también al pecado. Inclu­ so hablando de la santidad divina, nos ayudamos con la idea de que Dios es absolutamente impecable. Lo mismo en Cristo y, proporcio­ nalmente en la Madre del Señor. Toda justificación de un ser huma­ no tiene una vertiente hamartiológica, sea en adulto, sea en el niño. Siempre alude a la liberación/redención del pecado. Pero ya hemos recordado que existe en la caritología y en la hamartiología católica la idea de la «gracia/redención preventiva», que no supone pecado pfevio en el beneficiario. Tenemos el caso paradigmático y seguro de María Inmaculada. Pues bien, en el niño del todo inocente que recibe la gracia bautismal, ésta tiene la función de gracia preventiva ante el poder de El Pecado y ante pecado personal que amenaza al recién venido a este valle de lágrimas y de pecados. Conocemos la figura de El Pecado que domina a la sociedad en la que el niño está entrando. Es obvio que, dada su constitutiva

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