PS_NyG_1999v046n001p0007_0353

188 ALEJANDRO DE VILLALMONTE afirmar o negar del PO se decidiese en torno a la cuestión de si bau­ tizamos o no bautizamos a los infantes para quitarles el pecado con que nacerían manchados, según se le dice a la gente cristiana. Claro es que la cuestión no puede ser reducida a esos infanti­ les límites. Lo hemos subrayado repetidas veces y, sobre todo, la amplitud que estamos dando a este estudio muestra lo contrario, simplemente como el movimiento se demuestra andando. Pero es cierto que la doctrina del PO comenzó su andadura en la historia, como doctrina autónoma, adulta y estructurada como tal, tomando texto, contexto y pretexto de la praxis de bautizar a los recién naci­ dos, y de la intención de querer explicar el sentido de la misma. No como estímulo único, pero sí determinante y concreto. Una anécdota, referida por el propio Agustín, nos revela la importancia de primer rango que la praxis de bautizar a los infantes ha tenido en el surgir, desarrollarse y mantenerse de la doctrina del PO. Hasta nuestros días, ha servido de base argumentativa si no exclusiva, sí relevante para fundamentar el gran edificio doctrinal que llamamos teología del PO. «No hace mucho tiempo, cuenta Agustín, estando en Cartago, rozaron ligeramente mis oídos estas palabras de algunos que pasa­ ban hablando: «Los niños no se bautizan para recibir el perdón de los pecados, sino para ser santificados en Cristo ». Quedé im­ presionado por aquella novedad, pero como no era oportuno con­ tradecirles, ni tampoco eran hombres cuyo crédito me inquietase, fácilmente se desvanecieron aquellas palabras entre las cosas pre­ téritas y olvidadas. Mas, he aquí que ahora se defienden estas ideas con ardoroso empeño; he aquí que se divulgan por escrito y han llegado las cosas a extremo tan peligroso que me han diri­ gido desde allí consultas mis hermanos. Por eso me obligan a polemizar y escribir contra ellos»107. La frondosa reflexión agustiniana sobre el PO, que le ocupó los tres últimos decenios de su vida tiene como punto de partida concreto, un doble hecho que, de consuno, le ofrecían la experien­ cia humana y la experiencia pastoral. Ambos ocurren en torno a los niños. La experiencia humana de tanta miseria como abruma a 107 De peccatorum mer. et remissione, 6; PL 44, 109.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz