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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 175 asignan a la acción de Cristo una finalidad primordial de libera­ ción/reparación del pecado adánico. Pero aceptada como indispensable la dimensión antropológica de la acción de Cristo, hay que añadir que la reparación de la caída primera, la liberación del pecado en general viene en tercer lugar. Porque, como hemos indicado, siguiendo la tradición de la caritolo- gía oriental, la gracia del Salvador que al hombre se le dona, tiene la función primaria de hacer de él nueva criatura, darle nuevo ser según lenguaje de san Pablo. O bien deificarle, divinizarle, según la tradición de los Padres griegos. Obviamente, al donarle al hombre la vida, lo previene contra la fuerza de El Pecado (función preventi­ va de la gracia), o bien lo libera del pecado incurrido; es decir, que quien mantenga la doctrina del PO en su alcance tradicional, inevi­ tablemente ofrecerá una visión hamartiológica que, aunque es ver­ dadera, mira la acción de Cristo desde la negatividad, desde lo secundario. Relegando la función caritológica, positiva y creadora a un rango de concomitancia, de subsidiariedad, olvidando la priori­ dad que le es propia. En el capítulo anterior, hablando de la raíz primera de la nece­ sidad del Salvador, dijimos que los defensores del PO, como conse­ cuencia y concomitancia lógica de su teoría, dan una explicación superficial, insuficiente a nivel de una teología científica y crítica. Lo que allí decíamos tiene perfecta conexión con lo que ahora deci­ mos sobre la oscuridad que la teoría del PO proyecta sobre el mis­ terio de Cristo, sobre su persona y sobre su acción. Me parece de interés citar un texto de un teólogo oriental, muy aleccionador al respecto, Isaac de Nínive (f ca 650) quien, considerando la econo­ mía de los misterios y de la Cruz en que murió el Hijo de Dios, dice: «No debemos pensar que tuvo otro motivo sino el dar a cono­ cer al mundo el amor que le tiene, a fin de que el mundo sea cau­ tivado por su amor; y se manifestase así, por la muerte del Hijo de Dios, la máxima fuerza del reino, que es el amor. En modo alguno ocurrió la muerte de nuestro Dios para redimirnos de nuestros pecados, ni por otro motivo, sino tan sólo para que el mundo experimentase el amor que Dios tiene a la creación». La remisión de los pecados podía haberla hecho de otros modos. Pero se sometió a la cruz, aunque no era necesario, lo cual se comprende cuando oímos de su boca, «tanto amó Dios al mundo

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