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CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL 169 humana y cristiana actual estaría tentada de calificar de sadismo este tipo de castigos tan enormes e irreversibles. Para los primiti­ vos la venganza era un deber sagrado. No tenían inconveniente en considerarlo un deber de la divinidad. Entraba dentro de la forma en la que ellos ejercían la justicia. El mismo Agustín, culti­ vadísimo teólogo cristiano, no tenía inconveniente en admitir que Dios castiga los pecados de los padres en los hijos. Aunque prohí­ be que los hombres administren este tipo de justicia 93. Para el hombre primitivo la divinidad era todopoderosa, justa/ santa sólo en la medida en que se mostraba inexorable, expeditiva castigadora y vengadora de la ofensa recibida. La venganza era un deber sagrado indispensable para re-estab lecer el orden cósm ico quebrantado. El propio AT tiene textos que hablan de las venganzas de Yahvé, de su ira justiciera y violenta con frases que hoy necesita­ mos «interpretar» con amplia benevolencia. Como si la propia divini­ dad se rigiese por una esp ecie de ley del talión trascendental y sacralizada. Proyectaban, sin duda, hasta la divinidad la rígida justi­ cia que ellos mismos practicaban con sus semejantes 94. a la tesis del generacionismo/traduccionismo = p er traducem. Para terminar con esta sapientísima observación: mientras quede claro que cada hombre, desde el seno materno, necesita la gracia del Salvador, no hay peligro en que ignoremos si el origen del alma ocurre de esta o de la otra manera. Con esta fórmula el «inven­ tor» del PO reconoce la índole subsidiaria, ancilar, de su propia teoría. De donde nosotros hemos deducido reiteradamente que podemos prescindir de la idea del PO en los niños mientras quede claro que son redimidos por Cristo; y no se queda en ellos vacía de fuerza la Cruz de Cristo. Si, como hacemos nosotros, elimi­ nando el PO ponemos en el recién nacido la Gracia del Salvador, no sólo no hemos vaciado la Cruz de Cristo, ni hemos oscurecido la acción redentora, sino que hace­ mos ver la sobreabundancia de la gracia en forma desconocida por los defensores tradicionales del PO. 93 Agustín es reiterativo en acudir a la Escritura, Deut. 5, 9, para justificar la divina decisión de castigar el pecado de Adán en todos sus descendientes, si bien tiene la cautela de decir que la justicia de los hombres no debe seguir esos «misterio­ sos» procedimientos. Pero, al parecer, no se fijó en que, si bien Dios castiga por una o dos generaciones, allí mismo se dice que su misericordia dura por mil generacio­ nes, C. Jul. Op. imperf. III; 15, 19, 30, 39, 50, 54, 61, 83: V, 2; «pero no manda Dios en este precepto, que el hombre obre así; indica tan sólo cómo obra él», ib., 18. 94 Dentro de las campañas que se hacen a favor de la no-violencia en las rela­ ciones humanas, resultan especialmente hirientes tantos textos bíblicos que hablan de la ira, de la venganza, de las reacciones violentas de Yahvé frente a los que le

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